Hace unas semanas, descubrí en uno de mis lugares favoritos en València, el libro La Premier League de Jimmy Burns. Me sorprendió enormemente. Me sorprendió, porque no esperaba encontrármelo. Me sorprendió, además, porque desconocía siquiera que iba a lanzarse. Fue una sorpresa, como digo. Llegué a ese rincón casi olvidado y escondido, y ahí estaba.
Dos semanas después, mientras aceptaba mi nueva rutina y mi nuevo (o no tanto) entorno, llegó a casa un ejemplar que estoy deseando empezar y (deduzco) devorar. Primero, quiero acabar el Diario de Anne Frank, que me está costando algo más de lo habitual por su longitud, no porque no me esté gustando. Es el típico libro que da la sensación que no cunde su lectura, que parece ralentizar tu ritmo. Todo ello por su longitud, por su pequeña letra, más que por tus dotes lectoras o por el interés que puedas tener.
Como digo, cuando acabe con Anne, pondré todo mi interés lector en este libro sobre la mejor liga del mundo. Un ejemplar que, seguro, me hará soñar. Sé por qué quiero leerlo. Sé por qué me interesa. Por ello, al descubrirlo, supe que tenía que hacerme con uno. No he querido ni leer prácticamente la sinopsis. Quiero zambullirme de lleno casi a ciegas, sabiendo que muy malo debe de ser (lo dudo, sinceramente) para que no me genere algún que otro cosquilleo en el estómago.
La Premier League es algo muy especial para mí por motivos personales. Apareció de forma contundente en un momento delicado de mi vida y gracias a ello, entre otras cosas, salí adelante soñando, saboreando, creciendo y encontrando ahí un safe place de manual al que sigo acudiendo semanalmente, pese a que la situación personal haya mejorado notablemente. Incluso en estos momentos de tormenta en medio del océano que he vivido durante los últimos dos meses. Ya respiro, por suerte.
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