El primer mes del año está siendo muy activo. Casi de la nada, de forma improvisada, sin haberlo pensado como algo planeado. Tan natural como excitante. Tan necesario como gratificante.
A mediados del pasado 2021, en uno de mis paseos vespertinos por mi rincón mágico y preferido de Galicia, en aquel bosque que imponía, con aquel frescor producto de la caminata a orillas del río, me vino la idea perfecta para iniciar un nuevo libro.
Digo nuevo porque en aquel momento ya tenía entre manos dos ideas de libros que ahora mismo, cuando escribo esto, están aparcadas y que peligran de que queden finalmente olvidadas.
Sin embargo, aquel verano en el clima acogedor de las terras galegas, tuve la inspiración necesaria para iniciar un proyecto en forma de libro que me pareció tan interesante como atractiva y, sobre todo, que me permitiría satisfacer dos de mis curiosidades máximas.
Pero igual que lo inicié con ganas, escribiendo el guión y la estructura, comenzando incluso algunas de los primeros puntos, poco a poco fui bajando el ritmo. En esta ocasión no lo dejé aparcado, pero la actualización iba a cuentagotas y el proceso no era, digamos, productivo.
Sin embargo, comenzó 2022 y, sin saber por qué, quizás inspiración, quizás visibilidad efectiva del tema, retomé la escritura y he acabado activando la rutina diaria de ponerme delante del ordenador en el despacho, coger la lista de relatos y dar rienda suelta a la imaginación. Una mezcla de realidad y ficción que me parece fascinante.
Es un libro que me está haciendo sentir muy lleno y que me está encantando producir. Tenía que expresarlo.
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