Llegué por primera vez a Madrid en 2014, aunque realmente fue una experiencia diferente, ya que no viví en la capital, sino en un hotel en San Sebastián de los Reyes. Llegaba a Madrid todos los domingos para trabajar en La Sexta, pero los viernes volvía a casa, a València para desconectar en familia. Laboral y profesionalmente me facilitaban todo, y no tenía duda. Pero sí. Mi primer contacto con Madrid fue aquel verano de 2014.
Un año después, en 2015, sí viví mi primera etapa laboral en Madrid capital, con sus consecuentes rutinas, experiencias y momentos. Formé parte de la redacción de Eurosport España. Una etapa que no olvidaré por mil motivos, pero de la que aprendí como pocas. Me marcó más como persona que como trabajador.
Posteriormente, en 2017, volví (entre medias estuve un par de meses en València para iniciar mi primera etapa en Barcelona) para formar parte de la agencia de marketing Hello Media. Seguramente, esta fue una de las que más me han aportado, de las que más he disfrutado, en la que más cómodo, estable y cómodo estuve, y la que más disfruté. Meses después de acabar allí, ya en junio de 2018, me trasladé por motivos familiares a València y desde octubre (hasta ahora) volví para iniciar una etapa en el Diario AS.
Cuatro etapas, cada una con sus momentos, sus experiencias, con sus errores, con sus aprendizajes, pero todas especiales por algo, por mínimo que sea.
Haré hincapié en la de 2015. Fue la primera que me exigió un traslado a Madrid. Fue la primera que me obligó a buscar y encontrar casa, y la primera que me ofrecía una estabilidad para hacer vida (mejor o peor) en mis ratos y días libres. Aquí aparece la clave y pieza básica de este post.
Aprovechaba mis días libres para pasear por Madrid. Buscaba sitios, me organizaba los días, y seguía todo a modo de guión para exprimir al máximo los momentos que me regalaba la vida en una ciudad inmensa que no conocía (sabiendo lo que sé ahora me hubiera ahorrado más de un paseo por ciertas zonas a ciertas horas) y que me generaba cierto interés.
Seguramente, si eres de Madrid o vives en la capital, hablarte de La Central de Callao no es descubrirte demasiado. Si lees esto y no la has visitado nunca, te lo recomiendo. Es una librería en pleno centro de Madrid que ofrece una experiencia para el lector, que ofrece un altísimo porcentaje de libros que no encontrarás en otros lugares más comerciales y, por lo tanto, te puede rellenar perfectamente una tarde si tienes tiempo suficiente (y atracción) para degustar el placer de valorar un libro.
Allí encontré uno de mis rincones favoritos de Madrid. Sí, en pleno centro, en pleno bullicio, a escasos metros de la Plaza de Callao, a escasos metros de la omnipresente Gran Vía. Pero allí, en La Central, encontraba paz, tranquilidad, desconexión. Siempre me llamaba la atención cómo se conseguía aislar el terrible ruido de su alrededor, cómo conseguían aislar todo aquello para encontrar un lugar donde escuchar el silencio. Bien. En la planta baja (donde está su siempre interesante cafetería-bar en la que no tienen Wi-Fi), al fondo, a la izquierda, había unas pequeñas escaleras que generaban un rincón casi secreto para quien no visita con asiduidad la librería. Un pequeño rincón que me enamoró en 2015 porque encontraba libros de fútbol de otros países, libros en otros idiomas, de temáticas que raramente podría encontrar en librerías comerciales. También encontraba revistas de temáticas impensables en otros lugares. Arte, diseño, costura, y evidentemente temáticas como cine, pero con ejemplares que jamás en mi vida había visto.
Un pequeño rincón escondido donde a veces podía pasar fácilmente 10-15 minutos sin cruzarme con nadie, donde casi no se escuchaba nadie. Era como un pequeño habitáculo donde encontraba estímulos increíbles. Allí había un mítico futbolín. Pero desapareció. Fue decepcionante. En un viaje a Madrid después de dejar Eurosport y de haber trabajado en Barcelona, fui a propósito, pero no encontré el rincón, mi escondite. Sí estaba allí, pero habían reorganizado los contenidos. Ya no estaba el futbolín, ya no estaban los libros y revistas de fútbol, ya no estaba ese rincón diferente que me aislaba del mundo durante un rato. Pregunté y me dijeron que habían trasladado ese rincón al segundo piso. Aquella reorganización supuso una ampliación espacial. Sí, le habían dado más espacio, en la segunda planta, al lado de la sección de filosofía, junto a un gran ventanal que mostraba un curioso «campanario». La Central tenía detalles que me enamoraban, pero aquel rincón ya no era «mi rincón». Seguía yendo a comprar mis revistas, pero ya no era lo mismo, sinceramente.
Pero hoy me he llevado una gran alegría: todo ha vuelto a su origen. Mi rincón favorito vuelve a existir. Debo reconocer que ahora me cuadran ciertas cosas. Hace un mes aproximadamente subí al segundo piso para comprar unas revistas, y no estaban. Me encontré a dos empleados realizando una reorganización que me redirigía a la planta baja, junto a las cajas. Fue un chafón. Me gustan mucho las revistas, las cuido mucho, y ver aquella estantería cutre al lado de donde la gente hacía cola me hizo replantearme si valía la pena seguir comprándola allí. Pero hoy he descubierto que aquello era temporal, que ahora todo vuelve al origen, que vuelve a existir mi rincón favorito, y que el círculo abierto en 2015 vuelve a su comienzo. Eso sí, en una etapa laboral y personal muy diferente a todo aquello, por suerte.
Valorad este tipo de detalles que nos ofrece la vida. En serio. Es un simple rincón de una librería, pero me ha supuesto una felicidad tan profunda y bonita que ya ha valido la pena haberme dejado caer por allí.
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