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Hay algo en el jardín

Hay algo en el jardín, y no sé que es. Al principio, he empezado a escuchar ruido fuera de casa. "Algún vecino o vecina", pensé, mientras veía Cuarto Milenio con la cabeza ya puesta en el lunes. "Justo ahora", pensé también, porque en la televisión estaban proyectando un aislamiento en un antiguo hospital psiquiátrico en el que, supuestamente, había apariciones.


Pronto volví a incomodarme y mi posición en el sofá ya tuvo que ser corregida. Pasé de estar tumbado, mirando TikTok, a sentarme, con el smartphone a mi lado derecho, y mirando hacia la ventana. Esa ventana que quedaba a media altura y por la que entraba luz procedente del cartel publicitario situado a escasos metros de la vivienda.


Me incomodé porque el ruido no sólo se repetía, sino que aportaba un nuevo ritmo. Un ritmo algo más acentuado, con una cadencia más rápida... y más sonoro. La sonoridad podría suponer dos cosas: o lo que lo provocaba se subrayaba, o estaba más cerca.


Fuera lo que fuera, estaba ahí, seguía ahí después de media hora con pistas de su presencia.


Ya estaba suficientemente en alerta, incómodo, sugestionado, cuando vi una sombra pasar por delante la ventana. Una sombra sólida, opaca. Fue rápido, fugaz, pero me di cuenta de que parecía una persona. Una persona encorvada, pero una persona. O eso parecía.


No sabía si era un voyeur, un ladrón o, directamente, un asesino. Ver Cuarto Milenio no ayudaba, ya que la imaginación presentaba opciones paranormales y menos lógicas. Algo o alguien estaba ahí, a escasos metros, sólo separados (por ahora) por una pared. El dato me hizo sentir totalmente desprotegido.


Pensé que apagar la luz sería una buena idea. No me preguntes por qué. Pensé que, si apagaba, él, ella o ello, no podría verme. Yo tampoco podría localizarle, claro, pero así era una forma de igualar la contienda.


Apagué la luz y me quedé de pie. Quizás el instinto, no sé por qué, pero me quedé cerca de una esquina. Supongo que era una forma de guardarme las espaldas y, fuera lo que fuera aquello, verlo venir.


Tras unos minutos en silencio, a oscuras, sin ninguna pista, empecé a pensar que el ruido podría ser perfectamente un animal rebuscando en el cubo de la basura de la entrada y la silueta que vi podría ser algún vecino o algún viandante. ¿Por qué pasarían por ahí? Yo tampoco lo entiendo, pero debía llegar a alguna conclusión si no quería sentirme peor.

Pero no. No estaba en lo cierto. Aquello seguía ahí. Me di cuenta, primero, porque volvió ese ruido que ya ha quedado impregnado en mi mente y, segundo, porque al asomarme por la ventana (temiendo dejar la espalda al descubierto y que fuera la excusa perfecta para ser herido) vi una escena que me produce miedo ahora mismo, cuando escribo esto.


No sé explicar qué era aquello. Sí, aquello, porque ya me desapareció cualquier duda sobre si era, o no, una persona. No, no parecía una persona. Al menos una persona estereotipada. Era algo, no era alguien. Esa fue mi primera conclusión.


Estaba en el jardín, pero se escondía. ¿Se escondía de mí? ¿Se escondía de poder ser visto por el vecindario? No le veía los ojos, pero la piel erizada me hacía sentir y pensar que me estaba viendo, pese a que estaba a oscuridad. Algo me decía que me estaba vigilando. Si eso ya me daba mal rollo, debía sumarle que estaba haciéndolo a escondidas.


Se escuchó un ladrido. Un ladrido de perro pequeño. Era Mini, el Yorkshire de Javier, un vecino con el que he intercambiado impresiones en dos o tres reuniones de la comunidad vecinal. Aquel ladrido no era para marcar territorio o querer imponer (me fascina el ego y seguridad de los perros pequeños, que se creen todo lo contrario). Era diferente. Era un ladrido que respondía a una amenaza.


Joder. No era producto de mi mente. Algo había ahí. El perro lo estaba sintiendo también. No sé si eso me daba más miedo o no. Algo real, físico, estaba ahí y el no saber qué era, ese descontrol, creaba una inseguridad y una falta de control que amenazaba notablemente.


Mini tenía miedo, ladró y ladró. Javier le preguntaba "¿Qué pasa, Mini?". Algo pasó, porque su actitud cambió repentinamente. Javier sintió o vio algo al acercarse a mi jardín. "¡Mini, déjalo, ven!". Me estremeció. Aquella figura seguía rígida, pero parecía moverse lentamente y latía fuertemente. Se hacía grande y se minimizaba tal y como respiraba. Aquello me permitía seguir vigilándole, o protegerme en caso de amenaza real.


Llegó el camión de la basura y la figura saltó. No caminaba, al menos como una persona. Parecía flotar, porque su movimiento era demasiado fluido, demasiado ágil, demasiado ligero. Por suerte, se metió hacia el lado del bosque. Si llega a salir en dirección contraria, metiéndose en el jardín, hubiera sentido algo más que miedo.


Desapareció, pero la falta de luz en la zona a la que se dirigió no me tranquilizó especialmente. Ahora ya no le tenía controlado, no sabía si podría aparecer de nuevo, no sabía de qué era capaz. ¿Cómo coño iba a meterme en la cama, en el segundo piso, sabiendo que esa figura podría subir la escalera y verlo desde el dormitorio en primer plano?


Había algo en el jardín... y no sé qué era.

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