Escribo desde el tren. Un tren desde Ourense a Madrid. El segundo tren del día, ya que el camino comenzó sobre las 8:45 de la mañana en Sarria (Lugo).
Viajo a la capital para pasar una semana. Pese a que vivo allí desde hace casi cuatro años, este sólo es un viaje de tareas. Unos días para realizar trámites y para hacer algunas compras que, aprovechando, vendrán bien. Pero volveré, volveremos.
Escribo desde un tren y siempre me genera mil pensamientos. Ahora mismo, mientras convierto mis pensamientos en palabras, hablaría y trataría muchos temas que, lejos de expandirme, lejos de extenderme, dejaré expuestos.
Añorar algo que, en teoría, detestas. No me gusta vivir en la gran ciudad. Siempre acabo asqueado, intoxicado, a veces incluso enfadado. Pero cuando salgo, cuando me voy, algo tiene Madrid que me hace añorar. Quizás sea el abrazo de lo romántico, de ese Madrid embriagador en el que sólo puedes pensar cuando no estás allí. Una vez allí, su vertiginosidad, su velocidad, su vértigo, su estrés, su tormenta social, te arrastra.
Mirar al futuro sabiendo que un escenario que siempre habías tenido como utópico, será real temporalmente. Tiempo para desconectar, para estudiar de forma autodidacta, para airearme física y mentalmente, para andar abrazado del río. Tiempo para olvidar, reiniciar y empezar de nuevo.
¿Por qué hay zonas tan vagamente comunicadas tecnológicamente? ¿Cómo es posible que sigan existiendo zonas sin cobertura móvil? Y no lo digo como algo increíble. Ojalá más sitios así donde desconectar de verdad, sin redes sociales, sin WhatsApp, sin toxicidad digital. Me hago la pregunta poniéndome en una mala situación de necesidad, en la que debas pedir ayuda o auxilio, por ejemplo. ¿Cómo es posible?
¿Cómo puede ser, también, que haya zonas de España perfectamente comunicadas y otras, en cambio, parece que el tiempo no ha evolucionado en ellas?
¿Por qué cojones la gente habla por teléfono con el manos libres en el altavoz? ¿Cómo hablaban antes de que existieran los teléfonos móvil, primero, o el manos libres, luego?
Me encanta viajar en tren. Desde pequeño. Siempre fui un niño tranquilo, pero mi padre siempre me contaba que era un subirme a un tren y enmudecía, desaparecía el niño.
Todo esto lo narro ahora, pero muchas de las situaciones han estado en mi mente desde hace días. Pero, quizás, sea ahora, con un viaje de casi cinco horas, cuando me he permitido el lujo de expresarlos.
Por delante, una semana en Madrid para hacer gestiones, cerrar tareas, comprar unas cosas, reencontrarme con mi iMac (qué triste es esto último pensándolo fríamente) y seguramente para gastar dinero. Más del que debería, seguramente.
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