El Valencia, como institución, y el valencianismo, como afición, han vivido seguramente una de las situaciones más surrealistas que se recuerdan en la capital del Turia en los últimos años. Si lo ocurrido con el club valencianista lo coge mi admirado Tim Burton hace al menos una película.
Una de las polémicas del verano, sin lugar a dudas, que ha tenido consecuencias sobre todo sociales en la ciudad y que ha desencadenado varias corrientes. Desde fuera de las fronteras valencianas muchos se frotaban las manos viendo el mal ajeno, viendo los problemas que el propio Valencia se había creado. Durante meses aguardaban en la sombra sabiendo que debían trabajar duramente este verano ante la gran temporada valencianista. Campeones de Copa del Rey y clasificados para Champions League. Había que hacer refuerzos, trabajar duro y callar, ya que poco más se podía hacer ante el gran rendimiento valencianista.
Pero, de repente, la explosión, la locura, el incendido. Un proyecto que reflejaba seriedad, éxito y solidez parecía desmoronarse de la nada. Y no. No lo hacía por derrotas, por victorias rivales, ni siquiera por problemas económicos. Un proyecto que parecía saltar por los aires por una crisis interna que muchos todavía no saben ni por donde ha llegado.
La polémica Mateu Alemany-Peter Lim ha devuelto al Valencia a la actualidad porque, sí, si no es por cosas así, fuera de la terreta no se habla. Y evidentemente, con razón, se ha hablado de los problemas que han parecido existir en el club valenciano. Lo que no se ha dicho (quizás porque desde fuera todo se selecciona según qué intereses) es la otra cara de la moneda. La positiva, la romántica, incluso la bonita.
El Valencia ha vivido una intensa semana de incerteza, dudas, que ha desencadenado también un sentimiento de unidad, de solidez, de sentimiento del que poco se ha hablado. Quizás porque interesa menos, o directamente porque es menos morboso y, en consecuencia, vende menos, hace menos clics o retiene menos audiencia. Durante la última semana he visto a una afición unida como hacía mucho que no veía ni sentía. Tal era la burrada que parecía estar ocurriendo que sólo había un camino, un único sendero, y hacia allí fueron todos. Medios locales, periodistas, aficionados, incluso staff técnico, capitanes y jugadores: todos con Mateu Alemany.
Una unión de apoyo hacia la figura de Mateu Alemany en la capital del Turia de tales dimensiones, de tal magnitud, que hizo cambiar el rumbo de forma drástica y rotunda a los que manejan los hilos desde arriba. Allí, desde Singapur, desde la lejanía, desde la frialdad empresarial del que no siente nada por el club, ni por la tierra, ni mucho menos por la afición, Peter Lim decidió que, como él es que manda, podía actuar en consecuencia con sus caprichos personales fruto, quizás, del ego. Pero, insisto, la respuesta fue tan rotunda, tan directa, tan incontestable que hasta uno de los señores más ricos del mundo se dio cuenta que igual no estaba haciendo lo adecuado. O al menos alguien de confianza se dio cuenta y le transmitió que había tomado una decisión, digamos, poco acertada.
La unión de una afición desmesuradamente criticada cada año por su alto nivel de exigencia. Una afición que desde la lejanía, desde fuera, desde incluso seguramente la ignorancia del ego propio del que cree que lo suyo es lo mejor, está considerada por las grandes voces sabias de lo popular como una de las peores aficiones de España. Confundir exigencia con desvirtualización es seguramente el precio que paga desde hace años la afición del Valencia, pero que en este caso ha vuelto a demostrar una unión que muy seguramente muchos admiren en silencio, sientan cierta envidia en la sombra.
Unión absoluta y total. Afición, cuerpo técnico y jugadores. Todos a una. Todos del lado de Mateu Alemany. Un apoyo de dimensiones tan gigantescas que ha podido ser clave en esta polémica absurda nacida del ego empresarial de un tiburón que quizás sepa mucho de finanzas (algo debe saber) pero poco sabe de fútbol. Un clima de tensión que llegó a ser rebajado por la unidad, por el sentimiento propio, doméstico, familiar. Defendiendo a uno de los suyos ante una decisión tan surrealista como injusta, tan descabellada como inesperada, tan sorprendente como sorprendente. Una unión que, pese a que la polémica e incendio hayan sido reales (aquí nadie oculta ni intenta vender lo contrario, ni inventar nada) y que hayan sido lo más noticiable, ha existido, ha estado ahí y ha sacado a la luz la unidad de un pueblo acostumbrado al menosprecio desde ciertos sectores, desde ciertos puntos geográficos. Un sentimiento propio que volvió a salir a la luz, volvió a nacer y volvió a salir al rescate.
La otra cara de esta sorprendente, pero real, polémica vivida durante la última semana en Valencia.