A veces me cuesta sacar huecos sueltos para ver contenidos más allá de fútbol. Pero cuando los encuentro, me cuesta elegir qué veo, qué consumo. Netflix, YouTube, libros, películas, revistas... Tocará hacer alguna llamada en la sombra a Greenwich para que me conceda 2-3 horas más al día para hacer uso de mi tiempo libre. Claro, horas para ocio, no para trabajar.
Recientemente, encontré un hueco de estos que quedan antes de ir a dormir, en el que ves series o películas (eso que tanto advierten los médicos que es malo, por aquello de forzar la vista en la oscuridad), y me metí en Netflix para ver el documental, recientemente estrenado, sobre Lady Gaga. ¿Me gusta Lady Gaga? Debo reconocer que siempre me ha llamado la atención, pero es ahora, cuando se ha normalizado, cuando ha dejado de ser un personaje para ser artista, es cuando de verdad me atrae. Por ello vi el documental. Y me gustó. Me gustó bastante. No diré que es una obra maestra ni que se trata de un documental imperdible para el gran público. Pero evidentemente, si te gusta Lady Gaga, o te ha llamado la atención su carrera, es una interesante forma de pasar el rato.
Un documental que narra su día a día, sobre todo en el aspecto personal, humano, el que normalmente no se ve, el que deja entrever una rutina sufrida, llena de sentimientos, de pasión y que está muy alejado de esa megaestrella mundialmente conocida.
Insisto. Me parece una interesante forma de rellenar algún vacío temporal para conocer el lado escondido de una artista fantástica que, además, esconde muchísimas historias, con un trasfondo personal y familiar muy profundo, emotivo, y que llega a atrapar.
Evidentemente, un documental donde la música está presente casi en su totalidad, pero muestra y ofrece relatos diferentes, alejados de los grandes escenarios, con un tono más íntimo, cercano y dejando claro que una grandísima persona. Bastante más de lo que su carácter de celebridad le atribuye en muchísimas ocasiones.