En los miles de impactos que recibo a diario en mis redes sociales uno concretamente me ha llamado la atención hoy. Fueron más, claro, pero uno hizo que dentro de mí creara una sensación de pereza máximo sobre el país en el que vivo. No es nuevo. Son muchos años ya donde veo, leo, escucho, informaciones surrealistas, sucesos dignos de la mente de Tim Burton, que ocurren en España. No sé si me produce tristeza o, como he dicho antes, pereza. Pereza porque al final me supone un esfuerzo tan aburrido entender según qué situaciones que acaban por afectarme menos, o al menos controlarme para guardarme mi opinión porque diga lo que diga todo seguirá igual. Es una pena. Todavía más cuando, además, tiene algo que ver con niños y niñas.
Una niña era la encargada de proteger la portería del Asturias Femenino frente al Tropezón, pero parece que al entrenador rival no le hizo mucha gracia que la pequeña, de 12 años, hiciera un gran partido bajo los palos. El surrealismo llegó cuando, después del partido, el entrenador rival acusó a la pequeña de ser realmente un niño. ¿En qué país civilizado puede ocurrir una acusación tan lamentable, triste y carente de valores como esta?
El entrenador, lo más preocupante, debe educar, debe enseñar valores a los más pequeños y pequeñas. Pero no. Pone en duda el género y la sexualidad del rival, seguramente por ser demasiado buena. ¿No puede una niña ser buena portera? ¿Su calidad sólo depende de ser un niño? ¿Está diciendo este señor que, reitero, debe ser educador que una niña no puede ser buena portera?
En serio. Me da mucha pereza este país porque, tristemente, casos así, sexistas, machistas, se leen, se ven, se escuchan a diario. Es una sociedad cavernícola, atrasada en su tiempo, rota, bipolar por conflictos históricos que ocurrieron hace décadas y esos valores siguen ahí, en mayor o menor medida. Me da pena leer cosas así, en serio.
Hay cosas que no comprendo.