Hace unos meses estuve unos días en Donosti. Tengo la suerte de poder tener cada cierto tiempo de varios días libres seguidos que se extienden de la normalidad. También periodos de trabajo elevados, pero de vez en cuando tengo el privilegio de poder tener 4-6 días libres que intento aprovechar para viajar. No siempre, pero muchas de esas ocasiones aprovecho para salir de la zona rutinaria, de viajar y, así, disfrutar de minivacaciones.
Como digo, hace unos meses, a finales de 2019, tuve el placer de estar 4 días en Donosti, y debo reconocer que supuso un antes y un después en mi percepción de la ciudad. Nunca había estado. Ya me había avisado un compañero de trabajo que la ciudad era una maravilla. Tenía ganas de ir. Soy muy de visitar zonas del Norte. Si a comienzos de 2019 fui a Bilbao en un viaje similar, a finales fue Donosti la opción elegida. Me enamoró. Me atrapó. De hecho, desde entonces sueño con poder vivir allí, desde entonces viajo mentalmente a aquellas calles, aquellos lugares, aquellas salas de cine, aquellos kioskos de revistas, aquellas cafeterías. De verdad, me maravillaron hasta las casi 5 horas de viaje en tren. Creo que mi pasión por viajar en tren tuvo mucho que ver, pero en ningún momento se me hizo pesado. La vuelta, con luz vespertina, atardeciendo, mejoró notablemente el viaje de ida. Por cierto, ¿sabías que recientemente han dicho que el trayecto en tren entre Bilbao y San Sebastián está considerado como uno de los más bonitos de España? No me extraña.
Pronto tengo una serie de días libres similar a estos parones que comentaba líneas atrás y me estoy planteando volver. Sólo con pensar en la posibilidad me ilusiona, me genera un gusanillo especial en el estómago. De hecho, incluso me niego por ahora mirar alojamiento para no desvelar ni un sólo secreto de ese hipotético nuevo viaje a tan maravillosa ciudad. Firmaría hacer las mismas cosas, acudir a los mismos rincones, visitar los mismos museos, comer en los mismos sitios, incluso mojarme con aquella lluvia que nos acompañó en el viaje. Su mar, sus calles, su zona centro, su tranquilidad, su brillo especial de noche, sus carteles en euskera, su gente… Todo, de verdad. Qué gozada. Qué maravilla.
Ojalá pueda escaparme nuevamente dentro de poco.
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