Si me preguntas sobre mis vacaciones este verano, te diré que no he tenido. No he tenido una organización clara. De hecho, ha sido todo improvisado y, por ello, quizás no lo sienta como unas vacaciones al uso. Sin embargo, pensándolo fríamente, ha sido un verano repleto de viajes, todos ellos muy diversos, alejados por cientos de kilómetros.
Ha sido un verano de puntos cardinales. O al menos, casi. Digamos que hemos visitado el norte de España, el este y el sur. Todo ello viviendo en el centro. Nos ha faltado el oeste. Pero ha sido tan interesante como improvisado. Creo que por eso precisamente ha sido por lo que no he llegado a valorarlo al cien por cien.
Si hubiera pensado en que iba a ir a un pueblo especial de la provincia de Lugo, que iba a estar unos días en mi amada València, que iba a pasar algo más de una semana bañándome en la mar almeriense y que el punto de nexo iba a ser la capital, seguramente hubiera tenido un gusanillo especial.
Seguro que me hubiera gestionado un mapa de España mental viendo esas líneas erráticas trazando los trayectos de idea, los trayectos de vuelta, con sus pausas, sus viajes en tren, sus viajes infinitos en coche. Pero no, no fue así.
Ha sido un verano de puntos cardinales al que el oeste se quedó mirando con cierta envidia.
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