Es la madrugada de un miércoles a un jueves cualquiera en una ciudad cualquiera. Bueno, en realidad no, pero le daremos este aire misterioso al tema. No es una madrugada agradable, pero nacía la necesidad de narrar.
No estoy en un sitio cualquiera, por desgracia. Mis letras se tiñen de un tono gris, agridulce. Ni feliz, ni triste. Ni blanco, ni negro. Suena la radio en uno de mis auriculares. El otro queda colgando para tener audición perfecta en caso de precisar de mi atención. No estoy solo, no estoy, insisto, en un sitio cualquiera. No me gusta estar aquí. De hecho, me ha costado mucho venir aquí, pero existía una necesidad y no debía recaer la labor en pocas manos. Pero es indudable. No, no me gusta, y me ha costado. Una vez aquí, a dejar pasar las horas hasta el cambio de guardia a primeras horas de la mañana.
Ahora, en silencio, con el volumen de la radio bajo para molestar lo menos posible, quizás la cabeza se autogestiona de otro modo. Ahora vienen recuerdos recientes, de hace unas horas. Palabras que han sonado tristes, pero ahora en soledad suenan a valor humano. Soy consciente, con el paso de los años, de que las personas sólo desbloqueamos ciertas situaciones cuando nos vemos obligado a ello, cuando la vida nos aprieta, cuando nos trastocan la hoja de ruta que habíamos previsto con la rutina, casi de forma automática. Nos dejamos llevar, nos acabamos acomodando al camino y dejamos de lado ciertos sentimientos. Es ahora, cuando la situación es algo desagradable, cuando las mentes se desbloquean. Me ha tocado ser receptor, y a veces la vida nos sacude.
Es la madrugada de un miércoles a un jueves cualquiera en una ciudad cualquiera. En un hospital cualquiera.
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