Esta semana haré un viaje deseado, esperado. Un viaje para volver a dos orígenes importantes en mi vida. Un viaje para reconectar, para volver a viejas rutinas, para volver a un entorno seguro, para volver a ver ese paisaje, para volver a charlar y solucionar el mundo bajo un manantial de estrellas que no tiene fin.
Cinco. Cinco años hace que no voy, prácticamente. Cinco años sin ir de verdad. Fui en 2019, y así serían realmente cuatro. Pero aquel viaje no fue como solía hacerlo. Habían estímulos y novedades que se disfrutaron, pero no ofrecieron la versión de la que me enamoré desde que tengo uso de razón. Cinco años sin esa desconexión, sin ese olor tan característico, sin ese cambio de tiempo a partir de las 20:00, sin ese ruido de la naturaleza.
Un viaje, que no vacaciones. Trabajaremos desde allí. Dedicaremos una parte del día al oficio, a seguir con esa rutina que pronto cumplirá un año. Pero la clave será luego, cuando acabe, cuando las horas que parecen muertas muchas veces en el hogar habitual se conviertan en quedadas, en paseos por la montaña, con esa luz tan característica. Trabajar, sin faltar con la obligación, pero desde entornos diferentes y con opciones estimulantes. Ventajas del teletrabajo, supongo.
Y lo haré como me gusta siempre que puedo. Un viaje con billete de ida, sin ticket de vuelta. Nos dejaremos llevar. Cumpliremos con las obligaciones, pero después nos dejaremos llevar.
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