No me escondo. Nunca lo he hecho en este sentido. Starbucks me gusta. Me gusta mucho, de hecho. No hablo de la calidad del café porque, entre otras cosas, no soy experto. Podría beberme un café vulgar y tendría la misma sensación (o casi) que con el más caro de una tienda especializada. Quizás, un poco exagerado, pero la base es la que es.
No voy a Starbucks por su café. De hecho, tomo otras bebidas normalmente. De hecho, quizás haga años desde mi último coffee latte de Starbucks. Digo todo esto, que parecen excusas o explicaciones que nadie me ha pedido, porque no acudo a esta cadena de cafeterías por lo que, teóricamente, debería.
Voy a Starbucks porque me gustan sus cafeterías, su ambiente, sus diseños, sus colores, su iluminación, ver a gente haciéndose la guay. Yo voy para ser guay. No me escondo. Pero, por encima de eso, voy porque me siento bien allí, siento que he vivido momentos clave de mi vida en Starbucks. Viene de lejos, de muchos años, cuando viví la etapa más dura de mi vida. Sus cafeterías fueron un rincón en el que aislarme del ruido. Por ello, quizás teniendo esa sensación de safe place que me produjo, acudo. Sigo acudiendo.
Sin embargo, hoy vengo a confesar algo que, sinceramente, no me hubiera gustado decir. Desde hace tiempo, vivo en Gasteiz y hace un par de semanas abrieron el primer local en la capital vasca. Sí hay en las otras dos grandes ciudades de Euskal Herria, en Bilbo y Donostia, pero no en Gasteiz. Hasta ahora.
Pero ha sido decepcionante. Esperé varios días, una semana concretamente, a ir, porque el primer día se montó un revuelo que me provocó algo parecido a vergüenza ajena. Soy fiel seguidor de la marca, pero ¿hacer cola de una hora para tomar un café? Sorry, but not.
Fui el pasado jueves para tener una tarde de autocuidado, chai latte, lectura y vídeos de Escocia. Decidí ir porque, pese a que sabía que el foco seguía encendido y habría gente, tenía ganas. ¿Por qué no iba a ir? La marca me gusta, quería ver si podría convertirse en un lugar para ir semanalmente y, también, tenía curiosidad por ver su diseño, su ambiente y la gente que trabajaba ahí.
Pero, como digo, fue decepcionante. El local, pequeño. Pequeño teniendo en cuenta otros locales que he ido visitando desde que tengo uso de razón. Muy pocas mesas dentro (hablo de cabeza, pero creo que no habría más de 5-6), muchas fuera (¿en serio dan prioridad al exterior en una ciudad que llueve mucho?). Las caras de la gente, al llegar y ver que no había sitio (yo llegué pronto y al principio tuve que estar un poco incómodo, entre dos mesas), no eran precisamente de confort.
Sí me gustaron ciertas cosas. La gente que trabajaba, pese a tener mucha faena, mostraban una buena actitud (supongo, porque llevan relativamente poco ahí) y daban ganas de estar ahí. La iluminación y el diseño, como siempre, muy acogedores. Tablas (sin silla) con vistas a la calle. No es que me vea ahí, pero creo que tomar un café, o lo que sea, con esas vistas no está nada mal.
En resumen, un local pequeño, con pocas mesas en el interior para una ciudad en la que suele hacer frío, con el clásico diseño acogedor de la marca y un personal bastante agradable.
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