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Tu dulce tristeza

Nunca estuve allí, ni siquiera sé dónde fue, pero os contaré su historia. Una historia gris, aparentemente triste, desanimada, que agota las mentes de sus ciudadanos, de su gente. Pero es dulce, creedme. Es dulce porque hay que valorarla como lo que es, y no por lo que debería ser, y no porque otras son más dinámicas, brillantes o saturadas a nivel cromático.

Precioso plano aéreo de un barrio doméstico (h-0rus/Tumblr.com)

Estaba infravalorada, como su clima. Muchos aseguraban desde el sofá de su casa que llovía mucho, que la humedad era la nota predominante, pero mentían. Mentían, no estaban en lo cierto. Su ambiente tendía al gris, pero días nublados no eran días lluviosos. Una persona con saxofón no es un buen saxofonista. Dijo Alfredo Di Stéfano hace años que «El burro con gafas de pasta sigue siendo un burro». La eterna injusticia de las apariencias, de las bases instaladas en la ignorancia. ¿Gris? Triste, que tiende al desánimo. ¿Por qué? Porque es lo que dicen.

En su tono grisáceo escondía rincones llenos de encanto, rincones de soledad, para uno mismo, rincones para encontrar esas facetas personales escondidas. Sus fachadas, sus ventanas, sus áticos. Allí arriba, desde allí arriba, todo parecía un conjunto perfecto, alineado para que sus contrastes entraran por la mirada, para hipnotizar hasta a los más escépticos. Un tono gris, contrastado, acentuado, pero maravilloso.

Alguna noche llovía, pero desde el ático todo parecía más bonito. La lluvia caía sobre la cabeza, o eso parecía. Era la tormenta, el techo y los sentimientos. No había más separación. La ventana abierta con el riesgo de que una corriente de aire mojara los folios del boceto del siguiente libro. Era una mezcla de frío y placer. Era una mezcla de atadura y romanticismo. Todo ello con una suave melodía del primer disco de Diana Krall de fondo. El viejo tocadiscos todavía funcionaba con su característico roce que hoy en día intentan reproducir digitalmente. Estaba en su rincón favorito, de donde nunca había salido. Al lado, libros, apuntes, páginas impresas.

Apoyado en la ventana, con millones de personas delante viviendo sus vidas. La taza de café estaba fría, pero su café todavía humeaba. Una taza de café sin azúcar, amargo, en la tónica de ese dulce contraste en el que el entorno y el contexto maquillaba todo, hacía que hubiese valido la pena viajar hasta allí casi por casualidad. No era el ático deseado, no era la primera opción barajada, pero el destino preparó aquel momento, aquel preciso instante donde, a unos cuantos cientos kilómetros de distancia de casa, todo parecía ser acogedor.

No cumplía los cánones de la atracción, de la perfección, ni siquiera de la necesidad, pero había nacido el amor a un entorno, a un clima, a un contexto. Era su dulce tristeza.

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