Te echo de menos
- Esteban Gómez
- 7 feb
- 4 Min. de lectura
Viví en Madrid casi siete años y mi salida de allí fue tan directa como inesperada.
Madrid no es mi ciudad favorita. Mis años de estancia allí tuvieron buenos momentos, y otros no tanto. Pero, en líneas generales, lo tengo muy claro: es un lugar maravilloso para visitar... e irte a tu casa. Vivir allí de continuo puede acabar agotando.
Acabé agotado, de hecho.
Sin embargo, tiene cosas increíbles que luego echas de menos. Echo de menos algunas cosas, lo confieso. Digo todo esto mientras veo un vlog de una youtuber de fotografía que vive en Madrid y que ha provocado el impulso de sentarme y escribir. Expresar.
Echo de menos de Madrid:
Vivir sus atardeceres. Su luz. Su ambiente despidiendo el día. Esos haces de luz que se entremezcan con grandes edificios, que entran por una ventana. Dicen, son tan especiales sus atardeceres por la gigantesca nube de contaminación que tiene la ciudad. Y no me parece descabellado. Sea por eso, o no, lo cierto es que el momento atardecer en Madrid es puro romanticismo de la vida.
Sus calles céntricas. Hablo del centro, porque fue donde viví, donde me abrazaba la rutina, donde sufría al mismo tiempo que desconectaba. Era raro. Estando allí, me asfixiaba. No estándolo, tengo añoranza. No mucha, al menos ahora. Me fui de allí hace año y medio, y las heridas todavía amenazan. Pero pensar en, simplemente, andar por allí es algo bonito.
El cine en versión original. Me reenamoré del cine gracias a las salas de cines Golem y cines Renoir. Aquellas tardes de viernes, con sus paseos, con las conversaciones post-película, con la ilusión de pedir cena. Ay, aquellos viernes eran autocuidado. Pero fue allí donde descubrí la experiencia de ver películas en VO en una sala de cine. Pelis en islandés, francés, inglés, incluso japonés. Allí vi una película belga con Pedro Almodovar varias filas por delante. Allí pagué y vi por primera vez un cortometraje en cine. Allí viví mis primeras doble sesiones (normalmente, a las 16:00 y luego a las 18:00). Ojalá poder hacerlo.
El aroma. Digo aroma, porque no sé cómo explicarlo. Madrid se respira de una forma especial. En València, Barcelona o Donostia, ciudades con mar, se puede atribuir a esto ese aroma y ambiente diferentes. Pero en Madrid, no lo sé. Creo, he pensado, quizás puede ser por lo apretado de todo, de la asfixia urbanística que encuentras en muchas de sus calles. No sé qué es realmente, pero Madrid huele diferente. Se nota en el ambiente. Pienso en aquellos paseos por Malasaña, por Chueca, cerca de casa, y lo puedo respirar, pero no describir.

No quiero volver a vivir en Madrid. Al menos ahora. Al menos por ahora. ¿En el futuro? Pues no lo sé. Quién sabe. No digo que no acabe ocurriendo, pero la situación debería cambiar mucho.
También echo de menos de Madrid:
El metro es uno de los peores lugares del mundo, pero echo de menos poder ir a cualquier sitio en transporte público. Es ruidoso. Es agobiante en hora punta. Ves cosas raras y te cruzas con gente a quien no te gustaría volver a ver. Pero es muy cómodo por la eficiencia de su servicio.
El hotel RIU. Sé que es un lugar que no suena apetecible, o turístico, pero su imponente esqueleto lo convirtieron en uno de mis edificios favoritos de Madrid. Siempre, y no exagero, tenía que sacar una fotografía cuando pasaba por allí. El edificio con la luz del atardecer están grabados en mi retina para siempre.
Las tiendas de Bellas Artes. "Me sabe mal", porque cuando vivía allí no las aproveché como, creo, sí lo haría ahora. Allí di mis primeros pasos de curiosidad buscando dar rienda suelta a mi creatividad. Ahora que me he encontrado un poco más en ese sentido, quizás les sacaría más partido. Recuerdo varias localizadas en Chueca, en apenas calles de diferencia. Lugares enormes, con mil estímulos, con cientos de productos de todos los tamaños para tocar, para probar, para estimular.
La cantidad de cosas que puedes hacer. Esto lo digo ahora, desde la distancia, desde la desconexión de lo que supone vivir allí. Porque vivir allí y hacer muchas cosas a cualquier hora del día hace que acabes gastando mucho dinero. Demasiado. Por suerte, nunca supuso un problema, pero te hacía pensar mucho sobre el descontrol que te provoca Madrid. Querer un Mc Pollo a la 1:00 de la madrugada y poder comértelo tiene el doble punto de vista: positivo, porque te lo puedes comer, y negativo, porque te gastas un dinero que en otra ciudad quizás no sería posible.
Algunas librerías que se conviertieron en safe places. Recuerdo con cariño y calor doméstico rincones como Panta Rhei, Ocho y Medio, la Casa del Libro de Gran Vía, La Central, Tipos Infames, Taschen, Desnivel o la FNAC de Callao. De hecho, si alguna vez hago una escapada de fin de semana, no sería un mal plan dedicar una tarde entera para reencontrarme con algunos pedacitos de Esteban que se quedaron allí.
Las albóndigas y patatas bravas de La Española. Era un sitio de turisteo total, no demasiado barato, pero cada vez que echaba allí un rato de vuelta a casa era felicidad total. Una pena que dejaran de entregar a domicilio, porque sus sandwiches gigantes con patatas eran una delicia.
Este post no tiene mucho más misterio. Me gustara, o no, Madrid tiene algo que te atrapa. Me suele pasar al irme He vivido allí cuatro veces. La última, la más importante. Allí, acabo quemándome. El precio de todo, el agobio, tener que aguantar a gente que allí hace lo que no haría en su casa (porque molestan, básicamente), temas políticos. Mil motivos para no recomendarte vivir allí. Pero luego la echas de menos.
Por ello, mi recomendación, es que hagas escapadas, la exprimas, la vivas, la huelas (en serio), la disfrutes, y te vuelvas a casa.
PD: Empecé este post viendo un vlog de fotografía y lo acabo escuchando una sesión de NY Jazz Rap.
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