A veces sueno algo masoca, pero no me sientan demasiado bien los días libres. Sobre todo si tengo pocas cosas que hacer. No suelo aburrirme mucho, pero hay días en los que veo mi lista de cosas pendientes y me entra pánico al ver que hay poco que hacer. Por eso, hay días que prefiero trabajar, porque estoy atento a todo, porque estoy activo, porque estoy latente.
Volví a trabajar después de dos días libres y mi horario de trabajo traspasó de forma notable mis siete horas diarias. Volví como un miura, a por todas, y creo sin exagerar que trabajé así como doce-trece horas. Y claro, me cansé. Y claro, mis ojeras dejaban entrever que había un esfuerzo mental detrás de todo. Pero, ¿y la satisfacción? ¿Y la felicidad? ¿Y la sensación de ser una persona útil que dedica su vida a su gran pasión? ¿Y esa sensación de que te digan que eres bueno en tu trabajo? Pues eso.
Por si mi horario de redes sociales en el periódico fueran poco, un buen día decidí que debía aprovechar cada día de esta experiencia para escribir textos en la web (en el menú de esta página tienes el apartado donde leerlos, por cierto) y, además, he acabado proponiéndome para hacer unas nuevas tareas de producción de contenidos nativos. A todo esto debemos sumarle que hago muchas cosas más, como actualizar mis redes sociales, mirar datos y estadísticas, pensar ideas para el canal de YouTube y el podcast, o por ejemplo escribir textos como este en mi página web personal. Insisto, creo que soy masoca, pero ese masoquismo es lo que me mantiene con vida, despierto.
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