Olores
- Esteban Gómez

- 28 may
- 1 Min. de lectura
Dicen, un olor, un aroma, tiene el superpoder de transportarte a otros lugares, en el tiempo incluso. El otro día, mientras realizaba tareas diarias en el despacho, con la ventana de la zona de oeste abierta, mientras llovía, me vino un olor a mojado que, automáticamente, por arte de magia, me teletransportó a Sarria.
Sarria fue durante muchos años mi rincón favorito de Galicia. Mi safe place gallego, que decía hasta hace años. Era una casa familiar de la que era por aquel entonces mi pareja. Nunca quise confesar el nombre, como si creyera que diciéndolo rompería la magia o la privacidad. Lo pienso como algo tonto, ahora, pero volvería a hacerlo. A pasado, todo se ve con otro prisma.
¿Qué le pasó a mi cabeza? ¿Por qué ahora, años después (creo que no voy a aquella casa, ni aquel lugar, desde 2023), un simple olor a edificio mojado me llevó a aquella terraza de ático gallega? No era olor a mojado. Era olor a suelo mojado, a edificio mojado. Un olor muy concreto, muy especial. Y ahí estuve, durante unos segundos, soñando despierto, viéndome en aquellas alturas, mirando al horizonte, intentando buscar un color que no fuera verde.
Qué maravilla de lugar era aquel.
Ahora vivo en otro lugar que me encanta, que me había planteado alguna vez vivir. Y lo estoy cumpliendo, oliendo a lluvia todos los meses, casi como rutina que no falta a su cita.
Comentarios