Ojalá yo también fuera como esas personas que hacen las cosas sin pensar, sin pensar en el qué dirán. Incluso sin pensar en las posibles consecuencias de sus actos. Cuento esto, confieso esto, porque recientemente (entre mis stories de Instagram) vi a una conocida compartiendo sus dotes artísticas en materia de dibujo. Y lo hacía sintiéndose la persona más guay del mundo, la persona más alternativa del planeta, la persona más original que existe.
Y me encanta. Me encanta porque, dejémoslo claro, no dibuja bien. Digamos que el dibujo no es su punto fuerte. Pero ella tiene tal confianza y seguridad en sí misma (también ego, supongo) que lo compartió sin complejos, sin darse cuenta de que real y objetivamente el dibujo era más bien malo.
Digo esto desde ese punto, desde quien sabe que no dibuja bien y sabe que debe (y quiere) mejorar mucho. Incluso haciendo un dibujo maravilloso, me lo pensaría varias veces antes de compartirlo. Síndrome del impostor, supongo. Pero ni ese hipotético y excelente escenario de la perfección artística estaría seguro de compartirlo.
Esta conocida, sin complejos, simplemente lo hizo, exponiéndose a cualquier punto de vista, opinión o comentario. Ojalá yo también, algún día, me atreviera a compartir mucho más abiertamente mis resultados en fotografía, dibujo o pintura. Eso, o no pensar tanto, que también.
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