Recientemente, leí una entrevista a Isabel Ordaz, actriz y escritora en la que afirmaba, entre otras cosas, que “Estamos sumidos en una sociedad demasiado ofendida” y sólo pude sentirme comprendido. Comprendido, porque me siento tan fuera de lugar ante esta corriente social de ofenderse diariamente por absolutamente...
Ofendidas y ofendidos. Ofendiditos y ofendiditas. Gente que ahora cree tener voz y voto, que creen que su opinión tiene un valor inmenso. Gente que hace diez años hablarían a la tele, rajarían con amistades, y poco más, por eso mismo, porque su opinión no vale absolutamente nada. Sobre la opinión, hace un tiempo leí una frase que ahora algo así "La opinión no tiene mucho valor, ya que todas y todos tenemos una", y no puedo estar más de acuerdo.
Emilio, 42 años, mozo de almacén, tiene una opinión. María Ángeles, 48 años, de Alcorcón, dependienta en un supermercado, tiene su opinión. Y no es que las tengan, sino que creen que es necesario expresarla y hacértela llegar. Ese es el problema, que la gente no se limita a lanzar sus (cuestionables) mensajes en sus perfiles, sino que muchas veces te hacen llegar a ti (aunque no te importe) su punto de vista.
Me lleva pasando en Twitter (sobre todo) más de una década, pero, claro, entonces no era mainstream quejarse. Hablo de mí, claro. Ahora, que le ocurre hasta el último mono del barco, ahora sí. Ahora hay que denunciar que hay toxicidad, odio y mala educación en redes sociales. Ahora sí. Antes, cuando nos pasaba a menos gente, no.
Ofendidas y ofendidos que vomitan bilis, que vomitan odio, que generan violencia verbal... y la hacen llegar al resto. Claro, su ego no sólo se limita a darles ese poder que no tienen, sino que, si no lo envían a otras personas, no tiene valor. O eso parece.
Política, deporte, eventos de televisión... Saben absolutamente de todo y, claro, tú no.
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