Me considero un maniático cuando se trata de comprar libros o revistas. Las cuido como si fueran algo propio. Un simple rasguño me crea incluso un leve malestar. Me hierve la sangre cuando veo a gente que subraya libros, por ejemplo.
Digo esto, me posiciono así, porque cada vez tengo más claro que una de mis revistas favoritas, Panenka, debo comprarla en librerías. Salvo mi quiosco de cabecera en el centro de Madrid, ya me ha ocurrido varias veces lo siguiente.
Resulta que existen puestos de prensa que etiquetan las revistas. Y ese no es el problema, sino que esas etiquetas en cuestión no son especiales para ponerlas en publicaciones. ¿Por qué? Porque si quieres quitarlas se despegan mal. Se despegan mal y dañan la revista. Eso si eres capaz de quitarlas enteras, claro.
¿No piensan en que dañan el producto?
Siempre he idealizado la profesión del vendedor de prensa. Siempre les he visto en sus puntos de venta, en sus quioscos tradicionales (en algunas ciudades son auténticas maravillas), hablando de forma cercana con los clientes (que en un gran porcentaje son ya caras conocidas de día a día), e incluso siempre he querido pensar en que aman las publicaciones, que no son simples vendedores. En su derecho estarían, claro está. Pero siempre he pensado en que serían los primeros en sentirse dolidos si una revista se dañara.
Es la segunda vez que me pasa comprando en un quiosco, y me fastidia. También debo tener en cuenta que ambas ocasiones fueron en quioscos de lugares turísticos donde todo pierde el sentido, donde ni existe cercanía, ni casi te miran a la cara. Entonces me cuadra todo. Seguramente sean personas que se limitan (con todo el derecho y respeto del mundo) a llevar dinero a casa y no caen en esos detalles que para los románticos es muy importante.
Por eso digo, quizás me toque seguir acudiendo a librerías para comprar este tipo de publicaciones.
Comentarios