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Foto del escritorEsteban Gómez

No quiero irme

Esto que voy a confesar es bastante personal. Me mudé a Vitoria-Gasteiz por trabajo, primero, allá por el mes de marzo y volví, por amor, a finales de agosto. Pero esto no ha salido como esperaba. Lo actual, lo de venirme por amor. Me vine sin pensar demasiado, con los únicos argumentos sólidos de "¿Por qué no?" y "El día de mañana será una anécdota que contar", sabiendo que podría salir mal, pero también bien. Y no ha salido como esperaba, que no quiere decir que ha salido mal. Es extraño y, por ello, escribo estas líneas.


No ha salido mal, pero necesito irme. Necesito irme, pero no quiero, ¿sabes? ¿Cómo se explica? Digamos que el contexto no me permite estar cómodo por varias razones que no compartiré, pero no son puramente sentimientos relacionados con el amor. Eso ha funcionado, casi desde el primer día, o eso creo, y ahora, que mi cabeza está casi más en casa que aquí, sigue latiendo fuerte. En cada abrazo, en cada detalle, en cada beso, en cada "No pensemos mucho en ello. Al menos por ahora". Pero siento que necesito irme.


El contexto me ha oprimido, casi desde el pasado verano, cuando la distancia creó unas situaciones agobiantes que no quiero volver a vivir. Insisto, nada de amor, nada relacionado con ella. Ella ha sido maravillosa, fantástica, acogedora, dando abrazos cálidos, teniendo detalles bonitos. Es una pena, porque eso no va a servir de mucho ahora cuando el pecho oprime. Oprime fuerte. El verano a distancia se resume en esto: ❤️‍🩹. El emoji más usado.

No quiero irme, pero tengo que irme. ¿Podría seguir? Podría. Ahora mismo. Una conversación de las nuestras y sobre la mesa aparecerían, fácilmente, un par de decenas de argumentos para ello. Pero el tiempo traerá situaciones que generarán (de nuevo) inseguridades y miedos, y eso es lo que me está empujando. De verdad. Es la metáfora perfecta que pone palabras a lo que siento.


No quiero irme. Vitoria-Gasteiz es un lugar súper guay para vivir. Tienes planes (quizás no los mejores ni atractivos, pero suficientes), un entorno natural a 15 minutos andando que te teletransporta, una sociedad y una cultura firmes, rotundas y con mucha personalidad. Tengo una hamburguesería de barrio increíble justo al lado de casa. Tengo lugares para desconectar como Starbucks (desde hace menos de un mes), Elkar, La Casa del Libro, la cafetería Crème, dos o tres cafeterías Bertiz y muchos rincones para fotografiar. Es así. Objetivamente, estoy en un lugar interesante.


Pero el contexto (más futuro que presente) me genera ansiedad, quiero huir, salir corriendo sin mirar atrás, sin dar explicaciones, con miedo, mucho miedo, inseguridad, sin querer enfrentarme a ello. Y no por cobardía, sino porque no quiero volver a pasar por lo de verano. Es valentía, de hecho.


No quiero irme, pero tengo que hacerlo. Es así de sencillo. Una vez en casa, en mi entorno, con mi gente, con la distancia real (sin posibilidades de cruzarme con nadie no deseado), con mi despacho, el corazón sanará. Seguirán los sentimientos, pero sanos, sin punzadas, sin tensión personal. Todo mío, en mi cabeza, insisto. Aquí no me han tratado mal. Cosas mejorables, pero como en todas las relaciones. Pero nada grave.


No quiero irme, porque podría ser feliz aquí, pero necesito hacerlo, porque no lo soy y hay compuertas que se abrirán para generar malestar. Pero no es fácil.


Imagina estar con alguien especial, que no ha pasado nada entre vosotros, pero sentir opresión y sentir que tienes que huir de ello. Es raro, lo sé, mi último mes mental lo confirma, pero la necesidad es la que es.

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