No me gusta el fútbol. Me di cuenta hace casi una década. Me gusta lo que lo envuelve, lo que lo rodea, lo que genera, lo que crea a partir de lo que ocurre en el terreno de juego.
No me gusta el fútbol, me gusta su rutina.
No me gusta el fútbol, me gustan sus historias.
No me gusta el fútbol, me gusta el fútbol inglés.
No me gusta el fútbol, me gusta la sensación de encontrar en su contenido algo que me representa.
No me gusta el fútbol, me gusta escribir sobre ello.
No me gusta el fútbol, me gusta lo que genera.
No me gusta el fútbol, me gusta su fotografía.
No me gusta el fútbol, me gusta investigar sobre las culturas de los países a través del fútbol.
No me gusta el fútbol, me gusta descubrir valores sociales que quedan reflejados en las aficiones.
No me gusta el fútbol, me gusta aprender geografía con su excusa.
No me gusta el fútbol, me gusta dedicar mi día a día a generar contenidos sobre ello.
En definitiva: me gusta todo lo que tiene relación con el fútbol, más allá de lo que se ve durante los 90 minutos. Es una pena, pero hace tiempo que dejó de atraerme realmente si me fijo sobre lo que pasa en el césped. Miro atardeceres, planos visuales, reacciones de los aficionados, fotografías que surgen. Es así, y así lo confieso.
Quizás la afirmación "No me gusta el fútbol" sea drástica, acentuada, polarizada, casi injusta, pero su base es totalmente sólida. Transformé mi forma de consumir fútbol y, confieso, fue una fantástica decisión, mucho más divertida, mucho menos ficticia, farsante.
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