Hace un mes decidí ir a La Peliculera (mi tienda de fotografía de cabecera, por cercanía) a revelar un carrete que estaba dentro de una cámara heredada de mis padres. Aproveché aquella visita para comprar un nuevo carrete. Quería experimentar, probar, dejarme llevar con un estilo que me llama mucho desde hace años.
Decidí comprar un carrete en blanco y negro. Me considero amante de la fotografía en escala de grises porque restando el color a una imagen es cuando se traduce el verdadero valor. Si un paisaje tiene tonos vibrantes y saturados, nos entrará por la vista rápidamente, pero ¿es realmente una buena fotografía o es estimulante para nuestros sentidos? Por ello, me gusta. Me gusta mucho.
Compré un carrete en blanco y negro. No recuerdo el modelo, porque he intentado entrar en la web de la tienda y salen varios. No sé localizar cual es, y para decir uno al azar prefiero mantenerme al margen.
Comparto en este post las imágenes que más me han gustado. Salvo dos fotografías, el carrete me ha fascinado. La calidad de imagen, lo que transmite, cómo capta la iluminación. Y sobre todo cómo se han traducido las ideas que tenía en mente en algo real, material. Esto, evidentemente, es técnica propia, planteamientos personales. Pero todo en su conjunto me ha provocado un fantástico sabor de boca.
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