La producción de películas ha cambiado. Al menos así lo percibo y siento. La explosión de las plataformas de streaming ha sido un cambio muy notable en el consumo de la gente.
Las series ofrecen actualmente capítulos cuya duración se ha extendido notablemente. Si crecimos con series cuya duración de capítulos se establecía entre 20 y 30 minutos, ahora lo lógico (y que esperamos muchas veces) son narraciones establecidas entre los 45 y los 60 minutos. E incluso más, en algunos casos.
Este cambio ha empezado a tener consecuencias en el otro gran formato audiovisual. La duración de las películas ha empezado a verse modificada, y cada vez es más habitual encontrar producciones que superan notablemente las dos horas y que incluso se expanden hasta las tres horas.
Las películas, así, buscan recuperar el terreno perdido, buscan dar el paso adelante tras la metamorfosis de unas producciones de series que han acabado ganando en longitud y, claro está, en calidad. No es raro establecer comparativas de producciones y ver que muchas series actualmente tienen la calidad suficiente para ser comparadas con producciones cinematográficas. Se me ocurren decenas de casos recientes que servirían de ejemplo.
Eso, en consecuencia, ha provocado que algunas películas tengan que extender su duración. No siempre con éxito, porque a veces tengo la sensación de encontrarme producciones extensas, pero flojas; extensas, pero con vacíos, producto de ese alargamiento.
Hacer una película de 80-90 minutos está bien, debería estar bien, pero cuando se compara con un capítulo de la clásica serie de moda que puede durar entre 60 y 70 minutos, deja en supuesto mal lugar a las películas. Por ello, creo, pienso, expongo, la duración del cine se está viendo (alarmantemente) afectado.
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