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La esquina inglesa de Malasaña


Entre medias, en esa tarde, sabíamos que tocaría improvisar por las calles del siempre embriagador barrio de Malasaña. Digo embriagador porque nunca sabes qué vas a ver, que hará llamarte la atención. Desde 2014 he vivido 4 etapas diferentes en Madrid, y sigue enseñándome cosas que tiene guardadas. Calles que entremezclan lo castizo de la capital con bares de postureo y moderneo en sus esquinas. Calles que entremezclan la dejadez con obras de arte de artistas anónimos. La gente con la que te cruzas, las tiendas ‘anónimas’ que te hechizan. Malasaña puede tirar para atrás por su carácter mainstream desde hace años, pero tiene algo que engancha. Nos guste o no. Procuro ir de vez en cuando. No demasiado. Creo que si fuera cada día, si viviera allí, o si fuera incluso una vez a la semana, acabaría quitándole cualquier síntoma de romanticismo. Y no. No quiero. Quiero esa brujería, ese ‘no sé qué’ que me hace evadirme cuando me atrapa con sus calles estrechas, sus locales, sus modernos, sus barbas, su gente ‘con personalidad’.

Sabíamos eso. Empezaríamos mirando una tienda que encontramos por Internet (donde acabaríamos comprando unos utensilios para hacer sushi casero próximamente) y acabaríamos en nuestra tienda de sushi favorito. Entre medias, como dije arriba, improvisación pura y dura. Paseamos, damos alguna que otra vuelta, nos paramos a hacer fotos, admiramos algunos de sus escaparates, incluso nos detendríamos en su Carrefour exclusivo de productos bio. Pero acabaríamos en un local escondido, lejos de sus plazas más conocidas, en una calle que ni siquiera el nombre llama la atención.

Una cuesta abajo para ir. Una cuesta arriba para volver. Y ahí estaba, en aquella esquina, en aquella silenciosa esquina. Un local donde beber, donde charlar, donde leer. Una mezcla de librería-cafetería-bar donde tomar un café, merendar un bagle dulce o salado, y donde leer. Reitero lo de leer porque había decenas, cientos de libros. Y aquí la clave: todos en inglés. Estuvimos en un bar-cafetería donde la gente queda para hablar en inglés, para charlar en la lengua de Shakespeare. Si quieres, claro. Pero el concepto es el que es. Tienen días concretos donde la gente acude para perfeccionar o aprender su inglés. O si prefieres ir por tu cuenta, vas, te tomas algo, coges uno de sus libros, y pasas el rato. El piso de abajo, en mi opinión, más acogedor que el de arriba. Nada concreto. Arriba está la barra y la sensación era más de bar que de cafetería. Aunque nada horripilante ni incómodo. Simplemente, que abajo no había nadie y habían cientos de libros para echar el rato simplemente buscando alguno que te llamara la atención.

Las conversaciones que tuvimos ayudaron mucho. Eso sí. Tomamos un par de cafés, un par de refrescos (muy bien de precio, por cierto), admiramos sus paredes repletas de referencias anglosajonas, incluso cotilleamos alguna que otra conversación en inglés (parece que el reciente Real Madrid-Barcelona seguía latiendo para algunos), y volvimos a esas (frías) calles de Malasaña a por nuestra ración de sushi. Fue una tarde-noche que valió la pena. Y casi improvisada.

Qué bien se está cuando se está bien, ¿no? Curiosamente, muchas de esas veces no se está trabajando. Deberíamos reflexionar más sobre eso alguna vez, pero será en otro post. O quizás en el podcast.

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