La radio es mi medio de comunicación tradicional favorito. Desde pequeño, desde la infancia. Desde la adolescencia, desde la edad previa a la adultez. Ahora, ya de adulto, con rutinas muy alejadas de lo que vivía hace años.
La radio fue la excusa perfecta por la que me entrometí en una de las etapas estudiantiles más recordadas de mi vida. La radio me acompañó en trayectos de fin de semana. La radio me permitió ser una persona útil durante dos años y medio en aquella emisora en mitad de un polígono. La radio me hacía expandir mi mente y mi creatividad. La radio me hizo llorar en el coche con aquel gol de Rivaldo de chilena sobre la bocina.
Recuerdo una definición corta y directa de la radio. Fue en la asignatura Producción de Radio, y decía algo así como que "la radio es el medio inmediato y fugaz". Recuerdo, también, que se afirmaba que la prensa necesitaba ordenadores, programas de edición y una imprenta; que la televisión necesitaba cámaras, micrófonos y un monitor a través del cuál ver transformada aquella señal en imágenes. Sin embargo, la radio podría hacerse simplemente con un teléfono que entrara desde el lugar de la noticia.
Puedes escuchar la radio en un coche, en un atasco, en tu viaje de vacaciones, volviendo un domingo desde tu segunda residencia. Ahora, todo ello expandido al maravilloso formato del podcast, que permite un mayor control por parte del usuario.
Es mi medio de comunicación favorito. De lejos. Seguramente, el más romántico, aunque eso ya lo dejo a elección del resto.
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