Este bolígrafo me gana. Me gana siempre. Me gana siempre porque al taparlo, al ponerle la tapa, siempre acaba dibujándome una sonrisa en el dedo. No sé cómo me las apaño, pero, sin exagerar, cuatro de cada diez veces que intento poner la tapa, acabo rayándome con tonos azulados. No atino bien. No sé si es cosa mía, o una tara del bolígrafo, pero el resultado empieza a ser habitual.
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