Hace unos días, viendo un vídeo en YouTube que ocurría en Nueva York, me vino a la cabeza una sensación que era tan lógica en mi cabeza como contradictoria sin explicación alguna.
No vivo en Nueva York, pero vivo en una de las grandes capitales europeas. Madrid no es un pueblo. Madrid no duerme. Madrid te excita. Madrid te impulsa a un ritmo vertiginoso al que, 7 años y 5 etapas diferentes después, sigo sin acostumbrarme. Madrid te destroza el bolsillo. Madrid te permite una serie de detalles que, cuando sales de aquí, desaparecen. Madrid no tiene horarios.
Madrid es un caos, pero es mi caos. Digo esto porque, pese a que me gustaría vivir en otro lado, pese a que me gustaría volver a casa, pese a que me gustaría vivir en mi safe place gallego, pese a que me gustaría encontrar un pequeño rincón en Euskadi, cuando voy y vuelvo, suspiro. Suspiro con calma, con seguridad. E insisto. Es contradictorio, porque no me gusta Madrid, no me gusta vivir aquí, no me gusta su rutina, pero cuando llego a casa, me siento tranquilo.
Es cierto que pasear por sus calles a horas rutinarias, es un caos, es un agobio, es un desastre y es una pesadilla. No exagero en ninguno de mis calificativos. Cuando salgo a hacer deporte, cuando ni siquiera ha amanecido, la ciudad tiene otro aura, otro sonido, y es ahí donde no me importaría vivir. Pero, no, eso no es siempre así.
Sin embargo, en ese escenario, a su vez, es cuando puedes hacer tu vida sin complejos, sin pensar de más, olvidándote de lo que había en tus raíces. A mí me cuesta, pero es cierto que muchos de los planes que hago serían imposibles en casa. Es ahí, en ese caos, en el que puedes ser la persona que quieres ser, en el que puedes hacer sin pensar demasiado.
Madrid no es Nueva York, pero vi en ese contenido citado en el primer párrafo, en esa ciudad nocturna, en ese escenario repleto de iluminaciones con paseos en los que la cara se congela, es donde se encuentra una comodidad aparentemente poco apetecible.
Es un caos, pero es mi caos.
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