Después de haber usado la palabra ‘postureo’ seis veces en apenas estas líneas que he escrito confieso que gracias a este tipo de gestos acabé encontrándome. Crecí en un contexto, digamos, alejado a lo previsto. Si alguien me dice antes de nacer que entre los veinte y los treinta años iba a vivir de todo, absolutamente de todo, me hubiera dado miedo. Pero ocurrió así. Y tal como vino, se fue. Tal como vino, aprendí. Lo miro ahora con distancia.
Pero volvamos al tema del postureo. Gracias al postureo soy feliz, encuentro seguridad en mí mismo. Sí, es así. Suene triste o suene bien. No me importa, la verdad. Pero es cierto que gracias a ese postureo/romanticismo he conseguido encontrarme, he conseguido formarme, he conseguido tener una personalidad que ahora, años después de aquel bache, me ha hecho ganar en seguridad. Sueño, me dejo llevar, creo ideas, genero contextos, fabrico escenarios. Muchos de ellos en mi mente. Todo bajo control, claro está. Pero soy feliz soñando despierto. Ahora mismo soy feliz creando una fantasía romántica en mi cabeza de aquí, en mi escondite secreto de la capital de España, en mi rincón personal de un barrio céntrico de uno de los puntos más céntricos del país. Soy feliz cuando veo un partido de fútbol inglés y me traslado mentalmente a ese Londres invernal, a ese Southampton primaveral, con su luz diurna en el partido que abre la jornada, con su luz vespertina con el partido que cierra. Creo paseos por aquel entorno, creo momentos libres de exigencias, de responsabilidades. Esos paseos que luego hice cuando pisé por primera vez territorio británico.
Igualmente, soy feliz compartiendo en mi perfil de Instagram que he dedicado la tarde a hacer fotos, o cuando en la sección ‘Fotogramas’ de esta página web comparto fotos de momentos concretos sin más. ¿Sabéis que esas imágenes tienen historias, que no son simples frames? Soy feliz cuando sé que al día siguiente tengo libre y creo mentalmente ese planning de sitios a los que iré, de momentos que viviré. Todo es postureo, pero un postureo sano, como digo. Cambiad el término postureo por soñar. ¿No es genial? Evidentemente, el término postureo está siendo dañado por esas fotos de pies de en la playa, por esas personas que siempre sonríen aunque sus vidas sean una mierda, pero tampoco nos engañemos. Siempre ha habido postureo. ¿No es cierto que un crítico de cine, por ejemplo, siempre ha sido elevado a los altares de lo cultureta por ser un ser diferenciado, bohemio o romántico? ¿No es cierto que vivir en Malasaña es un sueño utópico de mucha gente cuando sabe que el ir allí supondrá ver a gente diferente, gente cool, gente guay? Pues claro. Eso es postureo. Pero mientras el chico extravagante sea feliz, mientras leer en una cafetería alternativa, mientras tener un ukelele, haga sentirse bien de verdad a la gente y les haga olvidarse de las cosas innecesarias de la vida, adelante, adelante con el postureo.
Por cosas así, viva el postureo. Y, disculpadme, pero tengo que ver una película de cine surcoreano que llevo meses relegando a un tercer plano en mi lista de cosas para ver en Filmin. Ya os contaré. Sin spoilers, claro.
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