Estoy aquí, en las alturas. En las alturas de una céntrica vivienda en el centro del país. El centro del centro. Miro por la ventana. El cielo mezcla tonos rosas y naranjas creando una panorámica cuanto menos especial. No es la primera vez, por suerte (supongo), pero no por ello debo valorarlo menos.
Miro al horizonte. Horizonte es un decir, porque realmente no existe. Al menos desde aquí, al menos desde esta localización. Al fondo, muy al fondo, torres de edificios, ventanas, muchas ventanas, una bandera gigante de España que me retuerce cada vez que la veo, un rascacielos muy famoso. Pero no un horizonte. El atardecer se refleja en las nubes, pero no lo veo. Pronto cambiará, pero por ahora tocará seguir consumiendo esas nubes dulces de algodón en tonos pastel.
Desde aquí, veo ignorancia. Mucha ignorancia. Una ignorancia asumida, asimilada, consumida de forma maternal, como si de la acción de mamar se refiere. La gente sabe que todo se está yendo a la mierda. La gente sabe que tiene trabajos alejados a lo soñado, con sueldos que expulsan cierto olor a putrefacto. La gente vive en redes sociales las realidades que jamás tendrán. Filtros, fugacidad, toxicidad. Todo junto. Pum. Explosión de valores por los aires.
Desde aquí, veo muchas cosas que me repelen y que muchas veces es complicado regatear. Gente que bebe, bebe mucho, porque está bien visto, pero que fabrica un aura colectivo de problemas ahogados en alcohol hasta que llegue el momento de dormir. Las terrazas esconden demasiados defectos como para no comentarlos.
Desde aquí, veo, siento, palpo, respiro, un centralismo tan presente como vomitivo, tan asumido como normal como surrealista. Me chirría viviendo aquí. Imagina lo que supone recibirlo a cientos de kilómetros. Por suerte, muchas personas no lo reciben como normal, pero, en cambio, existen individuos que se preguntan qué pasa, qué está mal. Increíble.
Desde aquí, veo inseguridad maquillada de ego, debilidad disfrazada de valentía. Gente que tiene problemas que resolver, temas que tratar, puertas pasadas por cerrar. Mientras tanto, gritos, una supuesta personalidad pública que no existe, una sociabilidad que esconde miedo por estar solas o solos, una extroversión que abraza falta de cariño. Es así, y quien no lo quiera ver, bien, estarán en su derecho, pero eso no acaba con el problema, sólo lo silencia y desvía.
Desde aquí veo mentira, manipulación, miradas hacia lados antagónicos al problema. Veo fuerzas mediáticas que intentan vender mensajes, que silencian temas, que fabrican lemas, que dan visibilidad a temas menores para alertar, que cambian el orden de prioridades para que te explote la cabeza.
Desde aquí, veo una sociedad anestesiada, dormida, drogada, preocupantemente silenciada. ¿Qué les pasa?
Desde aquí, suspiro. Suspiro por sentirme en muchas ocasiones fuera de lugar, alejado de los valores que predominan, rodeado de personas raras, desorbitadas, desorientadas, desequilibradas. Personas que creen tener personalidad llevando la misma camiseta que millones de personas, llevando el mismo peinado que otros tantos millones, viendo las mismas series y películas, siguiendo a los mismos artistas, usando el mismo filtro, bajando igualmente el dedo en los muros infinitos de rede sociales ignorando el entorno.
Estoy aquí, en las alturas. Sigo aquí. No sé por cuánto tiempo, no sé hasta cuándo, no sé cuándo volveré a las raíces, no sé cuándo conseguiré ignorar al 100% lo que me rodea.
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