Mi historia con Twitter ya supera el amor-odio. Últimamente, mi desamor ha ganado terreno. Más por cuestiones de elección personal y de cambios mentales, que por la herramienta. Twitter me maravilla, ha sido una de las herramientas más útiles de mi carrera profesional y me gusta, como usuario. Pero la toxicidad, la cantidad de 'cuñaos' por metro cuadrado, la política de censuras que vive desde hace años (se reían de mí cuando suspendieron mi cuenta por primera vez, allá por 2016) y la necesidad de desconectar de todo ello, me ha llevado a plantearme algo interesante.
Sé que quiero quitarme Twitter un poco del medio. No del todo porque, insisto, me gusta, pero he ido aprendiendo a no tener que estar pendiente y, tras varias semanas pensándolo, creo que voy a intentar un reto personal. Todavía no sé cuándo va a ocurrir. No sé ni siquiera cómo quiero presentarlo. Pero, digamos, será a modo experimento. Una especie de aislamiento de Twitter. Y a partir de ahí, veremos.
Qué sentiré, cómo me sentiré, qué haré, cómo lo expresaré. Creo que puede ser interesante. Le he planteado la idea a mi psicóloga y no acaba de disgustarle, aunque cree que deberé hacer matices para que sea efectivo al cien por cien. Pero me apetece hacerlo. Sobre todo, el proceso. Vivirlo. Exponerme a eso, a no tener acceso cuando quiera ni donde quiera.
Twitter dejó de enamorarme en 2016. Desde entonces, una relación de cordialidad, de interés más de sentimiento.
