Soy un apasionado del fútbol desde que tengo uso de razón. Soy un enamorado. No recuerdo mi vida sin el fútbol. Seguramente fue mi primer amor sin darme cuenta. Un primer amor innato, nada impuesto. Un día apareció en mi vida (dudo si fue en 1997 ó en 1998) y desde entonces ha ido sufriendo cambios, altibajos, con orientaciones varias, con diferentes caras, con noviazgos de varios colores, pero siempre con el amor y la pasión de siempre.
Pero, debo confesar por primera vez, lo que estamos viviendo desde hace meses no es fútbol. Es como comerse una hamburguesa vegana. Sabes que tiene forma de hamburguesa, pero realmente no la hamburguesa que te enamoraba de pequeño. Está buena, lleva patatas fritas y refresco, pero no es una hamburguesa como las de antaño. Y digo todo esto porque el fútbol de la actualidad no me engancha.
Me refiero a su contexto, a su escenario. Evidentemente, hay causas mayores que obligan a ello. La crisis sanitaria del coronavirus ha provocado que se haya creado este surrealista nuevo deporte. Y digo nuevo porque esto tiene muy poco de fútbol. Allá por mayo nos dijeron que había que acabar la temporada porque si no se finalizaban los contratos televisivos los equipos sufrirían económicamente y en términos legales no tenían otra opción. Había miles de fallecidos, pero el dinero era la excusa.
Pensaba, sinceramente, que era un argumento válido. Incluso llegué a creérmelo. Pero la situación sanitaria es parecida, por no decir idéntica. Los países empiezan a confinarse de nuevo y el fútbol sigue adelante. Ya no se decía nada de contratos. Directamente, empezaron una nueva temporada. Sin más. Ya no importaban las víctimas, la situación sanitaria. Dinero, puro negocio. Era una excusa para que el show y el circo siguiera adelante. Pero ¿y ahora? Si una temporada no se empieza, no habría que acabarla. Pero, ¿qué más da? Como si los aficionados fueran lo más importante...
Y ahí está mi problema. Este fútbol puede entretenerme, pero ni me enamora, ni me apasiona, ni me produce grandes sensaciones. Es cierto que llega el jueves y el gusanillo empieza a crearse, comienza a latir. Pronto habrá fútbol, y es una pequeña excusa personal para ser un poco más feliz. Pero luego empiezan los partidos, comienzan los encuentros, y acabo con la misma decepción, la misma sensación de añoranza.
Esto no es fútbol. ¿Es fútbol sin tener público en las gradas? ¿Es fútbol cuando ya se afirma sin tapujos que lo importante es el dinero de los contratos? ¿Es fútbol cuando se escucha ese esperpento de los ambientes del FIFA como fondo de las retransmisiones?
Empieza a preocuparme. Me preocupa porque últimamente ya veo más fútbol por trabajo, por hacer bien mi tarea, y ya no tanto por puro placer, por esa magia innata que me trasladaba mentalmente a los estadios. Entiendo la situación, pero ¿no es ilógico que se siga jugando? ¿No fue mentir cuando se afirmó que acabar el curso era para evitar consecuencias negativas económicamente? Sobre todo porque esto no es fútbol.
Los jugadores son puras mercancías que parecen inmunes al virus. Los futbolistas son, más que nunca, actores de un show, de un espectáculo, de un producto televisivo. La gente viéndolo desde sus casas como si de una película se tratara. Ellos, los jugadores, restando jornadas en estadios vacíos, exponiéndose al virus, exponiéndose como si no fueran personas. Sólo por dinero. Sólo por el negocio.
Insisto. Sigo viendo este fútbol. Sigo acudiendo a mi cita diaria, semanal. Pero, confieso, ya me he perdido más de un partido porque estoy perdiendo el interés. Al menos con este fútbol porque, reitero, no es el deporte pasional del que me enamoré. Cada vez más siento lejos aquel deporte que me maravillaba.
Sé que volverá la “normalidad” (eso ya es otro tema), que volverán los aficionados a los estadios. Es una realidad. Por suerte, este contexto sanitario mundial del coronavirus no va a ser eterno, pero mientras dure, creo, será difícil sentir lo mismo, será complicado sentarme delante de un partido y ser feliz viendo fútbol. Me he sentido muchas veces desde septiembre más un consumidor que un aficionado y como sé que no quiero sentirme así, como sé que no quiero formar parte de ese escenario, acabo sintiendo algo muy parecido a la desilusión.
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