Hay veces que el trabajo puede agobiar, puede desconcertar, puede convertir un buen día en uno malo, puede cambiarte el estado de ánimo, e incluso puede hacerte replantearte cosas.
Un mal día puede hacer que creas que no eres competente, que no vales para tu trabajo, que no eres capaz de estar a la altura. En ocasiones, incluso aparece el síndrome del impostor y te crees incapaz de hacer bien tu labor.
Para esos días. Para esos días en los que crees que eres malo en tu trabajo, acuérdate de los cajeros que trabajan en el supermercado de mi barrio. Caras largas, sin sentimientos, con menos sangre que una botella de agua, con conversaciones más cortas que un saludo, sin cortarse, sin privarse de demostrar que no es el trabajo de sus vidas, sin pretender atenderte bien siquiera.
Si ellas, si ellos, tienen trabajo y duran en sus puestos mucho tiempo, tú también.
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