Casi dos meses desde el último post que subí y publiqué.
Dos meses de cambios, claro está. Desde el pasado 11 de marzo, me mudé de nuevo para embarcarme en un proyecto tan imponente como interesante, tan explotador de mi síndrome del impostor como ilusionante.
Era una oportunidad prácticamente irrechazable. Formar parte de un lanzamiento así, con unas condiciones que jamás había tenido, con una responsabilidad que me ofrecían por primera vez en mi vida. Esa era la parte buena.
La mala, tener que dejar València de nuevo. La sexta, más concretamente. Dejar València y todo lo que conlleva. El sentiment, la zona de confort, la gente que quiero y mil detalles más.
Pero aquí llevamos ya casi dos meses, en una Vitoria-Gasteiz que me enamoró desde el primer momento, en aquel céntrico paseo buscando algo de cenar. Una ciudad en la que he caído de pie en todos los sentidos. En ninguno ha decepcionado y ha sido un descubrimiento total y absoluto.
Y en estas estoy. Dejo constancia de que todo va bien. Qué digo bien, fantásticamente bien. Estoy viviendo una nueva etapa personal y profesional muy exigente, pero extraordinaria.
