Echo de menos València casi desde el primer día en el que me trasladé a Madrid. Es tan sencillo y fácil de explicar como usar la famosa frase "Como en casa, en ningún sitio". Es la realidad.
Sin embargo, con el paso de los años he ido dando forma a esa añoranza, a ese echar de menos. Desde aspectos familiares a detalles de la vida cotidiana. Desde su luz a su idioma. Desde los rótulos de sus calles a su clima. Desde su humedad (increíble que diga esto) a su televisión autonómica. Son tantos los detalles que he ido escribiendo argumentos de sobra para echar de menos mi tierra.
Pese a ello, pese a estar viviendo por quinta vez fuera (esta vez la más prolongada), sigo encontrando detalles y sigo descubriendo la maravillosa tierra en la que creé mi origen.
De repente me di cuenta de que su luz nocturna es cálida. En general. Pensé que quizás sería un detalle singular porque tengo recuerdos del barrio del Carme, de la plaça de l'Ajuntament, de la Estació del Nord, de la calle Colón, de la plaça Sant Agustí. Todos ellos lugares céntricos. ¿Tiene algo que ver que todos los lugares citados estén en el centro de la ciudad para tener el mismo alumbrado? Podría ser.
Por ello decidí hacer una búsqueda en Google. Tecleé "Valencia street night" y ahí estaban. Decenas de ejemplos de lugares de la ciudad con ese tono anaranjado, cálido, acogedor, casi como una llama de chimenea en invierno. ¿Pasaba sólo allí? Pronto pensé en mi pueblo, en la calle donde he crecido. Era así también, y en cada uno de los lugares donde he crecido. Daba igual que fueran calles singulares, parques o avenidas. El tono era el mismo. Luz naranja.
Es cierto (debo reconocer) que precisamente hace poco en mi balcón (menuda fiesta de mosquitos en verano) cambiaron la luz y la pusieron de LED, en un tono más blanco, más frío, y me rebajó un poco la idea, pero no por ello echó por tierra mi pensamiento.
València es especial hasta por eso. No sé si esa luz cálida tendrá mayor o menor gasto, no sé si ese foco lumínico será mejor o peor, pero me di cuenta que en Madrid (o al menos en los barrios donde más me suelo mover) no es así. Y eso me hizo sentir todavía más especial con mi añoranza, con mi echar de menos.
A veces me planteo si realmente quiero volver. El primer impulso es claro: sí. Claro que sí. Pero automáticamente suelo pensar que qué bonito es echar de menos a propósito, como elección. Qué bonito es echar de menos mi tierra de forma voluntaria. Si volviera, si instalara mi rutina allí de nuevo, quizás dejaría de echarlo de menos, quizás dejaría de tener esa sensación y lo que ahora es especial acabaría perdiendo la magia. Es por ello que, por muchas ganas que tenga de estar allí a menudo, quizás acabe mudándome a otro sitio antes para seguir con esa conexión mental del que desea volver a casa.
Creo que es una bonita forma de romantizar el origen, de valorar lo que un día tuve y en lo que ahora pienso cada noche.
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