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Desconexión


Pasó hace unos días. Era mi día libre. Uno de los dos que tengo a la semana. Y como viene siendo habitual, sin caer en la queja, no lo fue tal al cien por cien. Algo asumido, asimilado. Cosas del trabajo. Por la tarde sí, casi rozando la barrera que separa la tarde de la noche. Esa hora que la tarde empieza a despedirse para dar paso a la siempre misteriosa noche, con sus sombras, sus historias, incluso sus pequeños vicios.

Vivir en el centro tiene ventajas. Una de ellas es que en diez minutos estás en cualquier sitio andando. Quizás exagere, pero sí en muchos sitios de visita habitual. Esta vez tocó La Central, una fantástica librería que incluye cafetería, en una calle convergente a la plaza de Callao. El centro de Madrid, el centro de la capital, el centro del centro del país. Algo muy centrado, vamos.

Me encanta pasarme un rato, el que sea, el necesario, el justo, mirando libros. Es un vicio. Mirar libros, tocar sus portadas, leer sus sinopsis, incluso leer algunas de sus páginas. Y, claro, que no se me olvide esa sensación de oler sus hojas, su tinta impresa. No digo que sea algo único que me ocurre a mí, pero muchas personas que adoran los libros lo hacen por detalles así. Es por ello que nunca criticaré el formato digital, pero donde esté un libro impreso, físico, que se quite el resto.

Estaba en esa librería céntrica, en sus diferentes pisos de altura, en sus rincones. Revistas de todo tipo, artículos de papelería, olor a café, una galería interna que es capaz de hipnotizar, incluso un campanario que puede verse desde una sala de lectura. Sí, este concepto me parece fantástico. Una tienda cuyo objetivo es vender permite a sus clientes sentarse en ese coqueto rincón de la segunda planta, al fondo, a la izquierda. Acudes, eliges sillón o silla, te sientas y estás el rato que te apetezca.

Pasaría como una hora allí. No más. Pero lo suficiente como para desconectar, para captar el ambiente, captar ideas, disfrutar, sanar la mente. Estando allí me doy cuenta. Me siento genial, me sienta bien.

¿Os ocurre a vosotros, vosotras, también eso que os compraríais muchos libros a la vez? ¿Os ocurre eso, que los compraríais incluso sabiendo que no vas a poder leerlos todos a la vez? Reconozco que tengo muchos libros que ni siquiera he empezado, pero el impulso apareció, y ocurrió. Los libros me gustan por sus historias, por lo que me cuentan, por lo que me aportan, pero seguramente por mi interés por el diseño editorial me gustan por sus portadas. La temática del libro igual ni siquiera me interesa, pero si tiene la portada interesante, me atrae mucho. Evidentemente, no compro todos los libros que tienen portadas bonitas, pero sí los cojo, los toco, los ojeo. Sin ir más lejos, esta tarde lluviosa en el centro que he narrado anteriormente. Tuve en mis manos un libro en francés, que no entendía del todo. Las lenguas románicas tienen una ventaja, y es que pese a que no sepas hablar ese idioma, muchas palabras puedes entenderla basándote en tu lengua madre. Y así me ocurrió con este libro. Pero, vamos, lo importante, me gustó su portada, y sobre todo el tacto en relieve que tenía. En otra ocasión hablaremos de los formatos de bolsillo. Mi otra debilidad literaria.

Fue una tarde de lluvia, pero de desconexión en uno de los lugares más transitados de la capital. Por raro, o contradictorio, que parezca.

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