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Foto del escritorEsteban Gómez

Prohibido soñar


Ellos querían progresar, evolucionar. Soñaban con mejorar, con desprenderse de la máscara, del peso, de la gran piedra que llevaban toda su vida en la mochila. Una mochila grande, de peso, que incluía todo tipo de argumentos válidos. Lengua, historia, cultura. Lo tenían claro. Pero no les dejaban soñar, pese a que era gratis, pese a que no querían hacer daño a nadie. Sólo querían soñar, pero en su ámbito, en su entorno, todo aquello que les rodeaba, no querían permitírselo por miedo, por complejos pasados, por una ideología de valores básicos, rasos, casi estériles, pero bruscamente intolerantes. Muchos lloraban, pero luchaban. Muchos estaban tristes, impotentes, pero no se quedaron en casa. Seguían pidiendo soñar, pero no, no lo podían expresar, no podían tomar medidas para hacer ese sueño realidad.

Todo quedaba en la intimidad, en el entorno cercano, junto a esa chimenea candente que se había convertido en el rincón más preciado. Ahí, junto al fuego latente, los sueños se hacían realidad, se dejaban llevar, se entendían, se permitían el lujo de soñar despiertos, pese a que la realidad era muy diferente. Ahora el delito era tener metas, objetivos, soñar. La comodidad de los veteranos del lugar prohibía todo movimiento que les quitara el privilegio del viejo que hace poco y gana mucho. Los que venían de fuera, por abajo, venían tocando el timbre, haciendo ruido, y a los más longevos, los de ideas casi cavernícolas, les molestaba.

"¿Quiénes son esos tipejos?", se preguntaban despectivamente. "Emilio, coño, llévatelos de aquí. Lejos, muy lejos. Haz lo que sea.", mandaban a sus fuerzas del orden. El silencio, la censura, el alejamiento, el privar del sueño que en la gran mayoría del mundo es gratis. Ahí tenía precio, consecuencias. Prohibido soñar, prohibido tocar las narices a los acomodados, prohibido expresar todo aquello que no fuera en la corrientes de los ancianos del lugar. Era injusto, pero el destino les tenía el mejor de los regalos.

Hasta entonces, soñarían. Lo harían, pero en silencio, en la intimidad, en la sombra, ante la ignorante postura de los dominantes. Incompetentes, pero dominantes, como el más cobarde de los maltratadores, quien quiere a toda costa a esa persona, sin pensar en su felicidad, sin pensar en sus sueños. Lo quiere a su lado, sin más.

Prohibido soñar.

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