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David Villa y el País de Nunca Jamás


España ganó 3-0 a Italia gracias a un doblete de Isco Alarcón y otro gol de Álvaro Morata. Un partido de tú a tú, según las estadísticas, con un aura donde el combinado dirigido por Julen Lopetegui rozó el baño con espuma y sales minerales. Por sensaciones, recital. Por cifras, Italia plantó cara. Elijan el discurso conveniente que se acerque a su punto de vista.

Peter Pan no quiso hacer frente a los problemas que supone la vida adulta y decidió refugiarse en ese mágico lugar llamado País de Nunca Jamás, donde permanecería siendo un niño el resto de su vida, donde seguiría aislado de su verdadera edad, parando el tiempo, paralizando la senda de la vida. David Villa se fue a Estados Unidos, aparentemente lejos del cielo londinense (donde transcurre la famosa historia del escritor escocés James Matthew Barrie), donde ha rejuvenecido, donde parece haber detenido las expectativas de su edad.

Villa, a sus 35 años, es considerado uno de los mejores delanteros de la Major League Soccer, una liga que no compite mediática y deportivamente con los grandes torneos del mundo. Pero allí ha mantenido latente ese vínculo del gol que tanto ha caracterizado su carrera deportiva. Allí ha desorientado a las expectativas, ha mareado a un guión escrito que ha superado a su propio autor. El nivel goleador del 'Guaje' ha seguido intacto. Muchos afirman que es fruto del bajón deportivo que supone llegar a una liga menor. Un argumento razonable, lógico, pero ¿real? Sus cifras goleadoras (60 goles en 91 partidos) le han permitido volver a la Selección Española, donde firmó seguramente las páginas más doradas e imborrables de su carrera deportiva.

Una vuelta con España que ha escrito posiblemente uno de los capítulos más especiales y emotivos de su vida. Jugó poco (en torno a 4 minutos, contando el descuento), pero la fiesta y homenaje empezó mucho antes, justo cuando Lopetegui le ordenó que comenzara a calentar. Una grada que le recibió como la leyenda que es, como el ídolo que marcó a una generación, como el delantero que hizo soñar a todo un país con sus goles hace no tanto. 3 años después desde su último partido (allá por 2014, en el mundial de Brasil) David Villa volvió a disputar un partido oficial con su país, y no fue en un sitio cualquier. Un Santiago Bernabéu lleno hasta la bandera, entregado a su país, a su selección, ante una histórica potencia que, por sensaciones, fue bailada con el más elegante de los tangos (con permiso de los albicelestes).

En términos futbolísticos, aportación casi mínima. En términos emotivos, emocionales y psicológicos, un homenaje, una fiesta en la que David Villa retornó años atrás, cuando su carrera brillaba más que nunca, cuando se enfrentaba semanalmente a los más grandes de los escaparates. Era Villa, en un gran escenario, en una gran cita, en un gran partido de carácter oficial. Y él estaba allí, disfrutando, con los ojos brillantes como aquel joven jugador que acude a la llamada de su país con la mayor de las ilusiones.

No estaba Wendy, ni el capitán Garfio, ni la adorable (e inquieta) Campanilla. Pero sí estuvo un Peter Pan asturiano que volvió a ser niño durante unas horas, que retomó ese gusanillo del que triunfó, pero se fue por la puerta de atrás. La oportunidad perfecta para volver a la élite, para volver a ser respetado y ovacionado como la leyenda que es. No marcó, no tuvo tiempo de mucho, pero volvió a enamorar con su sencillez y humildad a una generación que crecimos con su fútbol.

Bienvenido de vuelta, David.

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