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Foto del escritorEsteban Gómez

Me duele Barcelona


Pasé poco más de 4 meses en Barcelona. Fue una etapa más corta de lo previsto, más breve de lo esperado, pero lo suficiente para darme cuenta de que era mi ciudad. Siempre había soñado con vivir en Londres, pero tras mi experiencia en Madrid siempre Barcelona me había despertado más interés y curiosidad.

Mi padre era transportista y Catalunya fue la zona principal por donde trabajaba a diario durante más de 15 años. Evidentemente, muchos de esos viajes los hice junto a él, pasando entre otros sitios por Cambrils y, claro, Barcelona. Mi infancia está en aquellas tierras, en aquellos atardeceres costeros, con ese cálido aura que desprende la Costa Daurada y todo el litoral catalán.

Barcelona siempre ha estado en mi mente. Primero, por los recuerdos. Segundo, porque tenía claro que quería vivir allí. Cuando me salió la oportunidad laboral no podía estar más feliz. Era un sueño hecho realidad. Allí podría perderme por rincones mágicos, podría dar paseos por la playa, podría reunirme a diario con viejos amigos que, cuestiones de la vida, viven allí ahora. Insisto, no podía estar más feliz. Y, pese a que fue una etapa corta, es algo que jamás olvidaré. Nunca, jamás, he disfrutado tanto de andar, de pasear, de perderme por calles sin dueño, por calles que nunca había visitado. Incluso tuve mi pequeño amor platónico en forma de camarera. Debo reconocer que a diario iba a la misma cafetería para ver a una camarera que me hacía soñar. Incluso llegué a quedar con ella. Esa misteriosa aventura a diario. Fue increíble. Pero tuve que marchar, que volver a Valencia. Aunque algo me dice que más tarde o más temprano acabaré volviendo para instalarme de nuevo.

Es por ello que los últimos incidentes en Barcelona, primero, y Cambrils, más tarde, me han sobrecogido. No soy de allí. No nací allí. Pero es imposible no sentir nada cuando veo las mismas calles por las que andaba a diario. Vivía en el Barri Gótic, a apenas 2-3 minutos del lugar donde el pánico hizo acto de presencia. La misma parada de metro, las mismas calles, los mismos rincones que veía todos los días cuando salía hacia el trabajo y, luego, al volver. El mismo recorrido que hacía cada fin de semana, por la mañana, para ir a desayunar y comprar la prensa deportiva. Duele. Duele muchísimo. Siento Barcelona como algo propio, como una experiencia mágica e inolvidable que me encogió el corazón cuando el carrusel de informaciones comenzaron a desvelar la tragedia.

Siento una bonita relación con Catalunya por mil factores, muchísimos de ellos en forma de recuerdos que guardo en pequeños recipientes transparentes, y mágicos. Es algo personal, sentimental. Es por ello que anoche marché a dormir con un nudo en el estómago. Estuve compartiendo recuerdos con una conocida que vive allí, que casi vive in situ toda la tensión en Las Ramblas, y no pude evitar emocionarme. Barcelona es una ciudad diferente, mágica, única, que abraza a todo aquel que quiere llegar a sus calles, inmensa en dimensión y en valores. Una ciudad diferente, resplandeciente, bañada en negro por un ataque terrorista. Fue un día duro, debo reconocerlo.

T'estimo, Barcelona.

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