He conseguido crear una marca personal consolidada, fuerte, con un gran público detrás en mis diferentes perfiles de redes sociales. Tras muchos años de dedicación puedo decir que ese esfuerzo ha valido la pena. Pero a veces me llevo sorpresas. A veces creo que tengo todo controlado, que después de tanto tiempo, tantos años, había visto todo. Pero no. En ocasiones, la aventura me sorprende con situaciones, digamos, curiosas.
Cuando era pequeño seguía ya de cerca el mundo del fútbol. A otros niveles, muy diferentes a la actualidad, pero fue cuando tuve ídolos de verdad, de los que me hacía ilusión pedir fotos y autógrafos. Uno de ellos, Pablo César Aimar, durante su etapa en las filas del Valencia.
Os hablo del ya ex-jugador argentino porque, como digo, a veces me encuentro con situaciones inesperadas. Ayer, en mi timeline, me llegaba un retweet de la cuenta de Pablo Aimar. Reconozco que no sabía ni que tenía cuenta oficial en esta red social. Pero más sorpresa fue cuando me di cuenta que tenía 'sólo' 13.000 followers. ¡Tengo más seguidores que Aimar! ¡Tengo más seguidores que uno de mis grandes ídolos! Es el claro reflejo de lo desvirtuado que es Twitter. Un tipo al que admiraba y admiro, que era un ejemplo de mil cosas, que enamoró a millones de personas en todo el mundo gracias a su humildad, a su sencillez y a su fútbol. Y tiene poco más de 13.000 seguidores en Twitter. Me parece injusto, sinceramente.
Me sorprende cuando, evidentemente, me doy cuenta que tengo casi 5 veces más seguidores que mi ídolo. En este tipo de situaciones es cuando caigo en la cuenta de personas que admiraba de pequeño, que seguía con admiración por la televisión, y ahora en redes sociales supero en número de followers. No se trata de egos ni de postureo. Es el simple hecho de que cuando pienso en este tipo de ídolos de infancia recuerdo a ese niño, en aquel escritorio, con aquella radio de color amarillo, con aquellas emisiones dominicales en FM y AM, que ya por aquel entonces soñaba. Y ahora tiene más seguidores algunos de sus ídolos, como Pablo Aimar.
Un tipo admirado en muchos rincones del planeta que, sin embargo, parece estar olvidado en redes sociales. Ahora, en sus labores como técnico en categorías inferiores de Argentina, parece vivir en un “silencioso” retiro de los terrenos de juego. Pensándolo fríamente, creo, quizás vaya con su personalidad. Un tipo humilde, que no provocaba grandes altercados, mantiene ese segundo eco mediático ahora en la era de las redes sociales.