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Vivimos un nuevo Old Firm


114 años de historia. El Old Firm de selecciones. El encuentro de selecciones más antiguo del planeta y, evidentemente, una de las rivalidades futbolísticas más longevas de la historia del fútbol. Con motivo de la Fase de Clasificación para el próximo mundial de Rusia, en 2018, Escocia e Inglaterra volvieron a enfrentarse en encuentro oficial. Fue en el gran escenario de Hampden Park, en Glasgow, ante 48.520 personas que en las gradas disfrutarían de un desenlace brutal.

El partido tenía un aura histórico-político gigantesco, justo en la misma semana (hacía apenas 2 días) en la que el Reino Unido había vivido unas nuevas elecciones al Parlamento británico. La historia del actual terreno británico ha dejado secuelas que, pese a que primera vista no existen gracias a la civilización de la sociedad, siguen latiendo dentro de las personas, aunque sea por puro orgullo patrio. Religión, economía, política... y fútbol. Escoceses contra ingleses. Una rivalidad que parecía presentar una gran cita. Una gran cita que no apareció, o al menos tardó muchísimo en aparecer. Casi sobre la bocina, cuando Inglaterra parecía que iba a sellar la victoria en territorio enemigo gracias al gol de Oxlade-Chamberlain. Pero no. El destino nos tenía preparado un desenlace magnífico, mayúsculo, digno de una gran megraproducción cinematográfica.

Resumiendo el extraordinario final diremos que en el minuto 87 de partido Inglaterra ganaba 0-1, dando casi por cerrado el choque, y acabaría con empate 2-2 en el 94. Sólo 7 minutos. Un breve espacio temporal que convalidó todo lo anterior, que silenció el partido gris que habían presenciado las miles de miradas presentes en Glasgow y los millones de personas que seguíamos, desde la distancia, el esperado encuentro.

Una Escocia pobre, gris, casi nula, ante una Inglaterra que, ya con 0-1 a favor, no se veía obligada a más riesgo, a más herramientas, a más marchas. No forzaban la maquinaria para aumentar la ventaja porque la exigencia, aparentemente, no era demasiado alta. Y lo pagaron, o al menos en parte.

Leigh Griffiths se erigió en héroe escocés en apenas 3 minutos. El delantero del Celtic de Glasgow crearía una locura absoluta en las gradas cuando, con dos grandes lanzamientos de falta desde la frontal, con dos auténticas obras de arte, remontaría el duelo para los locales. Locura, éxtasis, descontrol emocional. El amor que engancha del fútbol británico con su tradicional "Yes!" en toda su extensión, elevada a su máxima potencia.

Pero Harry Kane, que estrenaba capitanía a sus 23 años con los Three Lions, salvaría un punto para Inglaterra en el descuento colocando el definitivo 2-2. Griffiths seguiría siendo el héroe local, pero el empate de Kane bajaría el grado festivo del estadio, rebajaría la euforia de unos escoceses que habían pasado de la derrota a la victoria en apenas instantes.

Y final. El colegiado italiano hacía uso de su silbato, de su pito (ahorren bromas), y señalaba el camino de los vestuarios.

Un Old Firm que tuvo un desenlace mágico, maravilloso, pero que quienes lo vimos desde su inicio, desde su previa, tuvimos que ver cerca de 87 minutos grises, más bien discretos, en los que Escocia no presentaba amenaza alguna y que, en consecuencia, Inglaterra no veía necesario forzar la máquina. Hasta ese instante, la historia, el aura del encuentro había sido más interesante. Incluso el detalle de ver a Joe Hart con gorra, muy comentado en redes sociales, había sido más interesante que el partido en sí.

Pero pese a ello, por mi forma de ver el fútbol desde hace unos años, disfruté de detalles únicos que convierten siempre al Old Firm de selecciones en un partido muy especial.

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