En 2014 (ó 2015) nació en mí la idea de escribir un libro sobre Londres. Sé (y sabía) que hay muchos libros sobre ello, por lo que debía encontrar un enfoque diferente, no tan masificado, para que al menos pueda resultar de interés.
Lo pensaba y lo pienso. No quiero publicar libros para vender. Ninguno de los que tengo entre manos. La futura publicación nacerá del gusto personal, de la satisfacción de ver plasmada en papel aquella ilusión que nació hace muchos años.
En el caso del libro de Londres, no sé qué hacer. No sé qué hacer porque a veces siento que no me atrae tanto la idea. No por la temática, no por el escenario, que amo. Sí por cómo puedo ponerlo en escena. El proyecto londinense ha sufrido tres desvíos, porque de la primera idea a la actualidad ha habido cambios que sentía como necesarios y que supusieron oxígeno e ilusión para sacar el libro adelante.
Ahora, como digo, no sé qué hacer. Escribo esto minutos después de ponerme delante del esqueleto que creé hace tiempo, leyendo cosas que quise adelantar, y me produce una sensación extraña que entremezcla pereza por seguir sin sacarlo adelante con cierta incertidumbre al pensar si realmente quiero hacerlo o tiene sentido ahora.
Es raro.
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