Hablemos de expresarse en redes sociales. En Twitter, más concretamente. Quizás YouTube, si actualizara mi canal.
No expreso ni el 90% de pensamientos que llegan, aterrizan y se instalan en mi cabeza. Prefiero no hacerlo. Prefiero contárselo (si considero que es importante) a mi compañera. ¿Por qué? Por salud, principalmente.
Tengo opinión sobre Guardiola, sobre Cristano Ronaldo, sobre política, sobre Josep Pedrerol, sobre la profesión de periodista, sobre experiencias profesionales, sobre la diferencia entre el fútbol inglés y el español, sobre Javier Tebas, sobre cómo me siento a nivel social, sobre la persona en la que me he convertido, sobre lo que representa para mí España.
Claro. Claro que tengo opinión. Claro que dejo en borradores tweets que acaban siendo eliminados. Por supuesto que sí. Pero, ¿para qué compartirlo? ¿Para qué permitir que la gente interaccione a mi opinión o punto de vista? ¿Por qué posicionarme públicamente? Lo inteligente es eso, no dejarse llevar, no formar parte de la colmena en la que nos han convertido.
Así todo es más fácil. Tengo mi opinión, nadie la sabe y salgo ganando.
También, como solución para expresar mis puntos de vista, escribo. Escribo en alguna colaboración que tengo. Escribo en este blog. Y ya entonces obligo a la gente a hacer un acto de pausa, de reflexión. Obligo a la gente, primero, a entrar en un link. Obligo a la gente, segundo, a que se pare a leer más de 280 caracteres. Y, entonces, sólo entonces, es cuando la gente puede venir a mi correo electrónico, a mi cuenta de Twitter, y decirme lo que quiera.
No lo hacen, claro. Y, aunque lo hicieran, seguramente no lo leería.
¿Por qué no expreso en redes? Por salud, básicamente. Se ha normalizado la tensión, el blanco y negro, el contraste absoluto, el que todo mundo tenga opinión y ahí, en ese dantesco escenario, prefiero mantenerme mirando el paisaje, sacando conclusiones, teniendo ventaja, y cuidando mi salud mental.
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