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Foto del escritorEsteban Gómez

¿Por qué el fútbol condiciona mi vida?

El fútbol ha estado presente desde mi niñez. Desde el año 1998, concretamente. Antes había tenido ciertas pistas, ciertas situaciones con fútbol de fondo, pero no se había convertido en nada más importante que eso, una anécdota.


Fue la temporada 1998-99 la que despertó la afición, la que me convirtió en aficionado al fútbol. Aquel primer año fue súper especial. Empecé a comprar prensa deportiva (tendría como 9-10 años), escuchaba partidos por la radio y muchas noches de los sábados (cuando los canales autonómicos emitían fútbol en abierto) tenían una cita fija.


Primero fue el Valencia, el equipo de mi tierra, el equipo más presente en mi día a día. Luego, el resto. Aquellos primeros pasos fueron muy de la mano de mi despertar por el periodismo. Recuerdo hacer mis primeras crónicas, recortando periódicos, haciendo mis primeros titúlales.


La pasión fue a más, pasó por diferentes fases, me presentó nuevas rutinas y fue el germen de una compañía que ya suma casi 25 años a mi lado. 1998 fue un año importante, pero también lo fue 2013. Si en 1998 nació todo, en 2013 decidí cambiar mi punto de vista y mi forma de vivirlo.


Era una madrugada de invierno. Me encontraba viendo resúmenes y vídeos de equipos ingleses. Aquella madrugada me di cuenta de qué quería, cómo quería enfocar mi labor profesional y cómo quería convertir aquella visión en mi modo de vida. Por aquel entonces, vivía en casa de mis padres y apenas había dado mis primeros pasos en el mundo de los medios de comunicación. Quizás fue por eso, por la impaciencia, por la ilusión y por las ganas, por lo que necesitaba un cambio.


Aquella noche decidí que iba a centrar mi marca personal en el fútbol inglés, primero, y británico, luego. Quería hacer de esa pasión que entremezclaba fútbol y cultura británicos mi forma de vida. De repente, me veía viviendo en una casa que tenían mis padres en el interior de la provincia de València, teletrabajando (por aquel entonces no se llamaba así), con mi entorno perfecto, con mi despacho en aquella habitación del fondo.


Fue el clic que convirtió el fútbol mi modo de vida y, sobre todo, me permitió ganarme la vida con ello. Luego me di cuenta que, por suerte, había muchas más opciones de hacerlo. Desde entonces, he progresado mucho, he evolucionado enormemente, he trabajado en lugares que siempre había soñado, he creado una marca personal sólida y, también, me hace mirar al pasado laboral con mucho orgullo y seguridad.


Pero, como habrás leído en el título de este post, el fútbol me ha arruinado la vida. Me la ha arruinado en cierta medida.


¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque cuando conviertes tu pasión e ilusión en un trabajo, todo se convierte en una misma pieza. No distingues. No duele, no sufres, no cansa como si estuvieras en un trabajo físico, pero no existen diferencias en muchos momentos de tu vida.


Los fines de semana miras qué partidos hay cuando te proponen un plan. Entre semana, algo similar. Durante el día, estás pendiente de novedades, de noticias, de movimientos. De noche, la cabeza muchas veces está saturada y escuchas ruido al irte a dormir.


Por eso, entre otras cosas, el fútbol me ha arruinado la vida, porque he cumplido mi objetivo, mi sueño, pero no hay límites que controlen la situación. Todos los días acabas haciendo algo. Da igual que sea tu día libre, siempre acabarás preparando algo.


Está guay, porque es apasionante y te hace sentir vivo y lleno, pero cuando te das cuenta de que no desconectas, de que te gustaría hacer planes sin sentirte culpable, de que te gustaría dedicar la tarde de un sábado a leer, pintar, dibujar o ver películas, y no lo haces, es cuando piensas en aquella maldita madrugada.


No es una pesadilla. Es la vida que elegí y que he conseguido. Son palabras mayores. Soy un privilegiado por muchísimas razones. Pero es cierto que muchas veces me gustaría sentirme algo más libre de lo que me siento desde hace unos años.

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