Son días con más tiempo libre de lo habitual. Quizás por el contexto, más que por la realidad. El tiempo libre suele ser el mismo cada día, pero el escenario basado en esa obligación moral y ética de permanecer en casa hace que se ganen huecos, momentos, que de otra forma nunca hubiéramos tenido.
Es por ello que hoy vengo a compartir uno de los momentos más especiales que he vivido como aficionado al fútbol. Fútbol inglés, más concretamente. Una historia personal que esconde muchos años, muchos sueños, muchos pensamientos. Cómo sería, dónde sería, en qué condiciones sería. Tenía claro que iba a ocurrir, sin duda, pero el desenlace final tuvo un ápice diferente, incluso mágico viéndolo ahora, con calma.
Siempre había tenido en Londres mi amor platónico. Veía aquella inmensidad urbana como un lugar donde acudir a esconderse. Siempre vivía en esa contradicción tan romántica de ir a un lugar lleno de gente para esconderme, para huir, cuando lo normal es hacerlo a un escondite, a un rincón donde pasar desapercibido. Hablaba, y hablo, de Londres como una de mis ciudades favoritas.
Siempre pensé que sería allí, en la capital británica, donde viviría mi primer partido en un estadio inglés. Mi querido Stamford Bridge, los norteños Emirates Stadium o Tottenham Hotspur Stadium, el mítico Craven Cottage, la catedral del fútbol de Wembley, u otros como el London Stadium (el viejo y ya derruido Upton Park es una espinita clavada) parecían opciones muy viables. Pero no. No sería en ninguno de ellos. Bueno, permitidme un apunte. Sí fue Stamford Bridge mi primer estadio inglés, pero no durante un partido.
Tras una semana en Londres viajé en tren durante dos horas hacia el condado de Devon, al sudoeste del país. Allí, en un lugar que mucha gente desconoce, encontré un paraíso romántico donde espero volver este próximo verano. Allí, en Exeter, encontré una nueva excusa para descubrir historias a través del fútbol y fue allí, en aquel coqueto estadio llamado St. James’ Park (igual que el estadio del Newcastle o el famoso parque de Londres), fue donde viví mi primer partido de fútbol en vivo en Inglaterra. Nunca lo olvidaré. Un Exeter City-Leyton Orient de League Two, durante el parón de selecciones de mediados de septiembre.
Un lugar que me enamoró por mil detalles. Pero empezaremos por lo puramente futbolístico. El partido no pasó a la historia, pero fue mi primer partido y eso siempre quedará grabado.
Era una tarde soleada, con un clima que para ellos era veraniego, pero yo tuve que cogerme una chaqueta fina. En la previa pasamos por los aledaños de ese pequeño estadio que alberga unos casi 9.000 asientos. Había ambiente. Los equipos ya habían llegado. Había mucha gente. Muchos niños, muchas familias que iban a ver al equipo de su ciudad. Visitamos la tienda oficial, donde compramos una bufanda (colecciono más bufandas que camisetas), un imán que está colgado en la nevera y un programa de mano del partido. Estaba lleno de gente, pese a que quedaban unos tres cuartos de hora para que empezara. Hicimos cola para comer allí en unas mesas colocadas especialmente para ello. Cánticos, chaspurreos en inglés y un aficionado que nos reconoció hablando en español, y nos confesó que veraneaba en un pueblo de Málaga. Se alegró, y sorprendió, ver a dos personas de “tan lejos” allí para ver un partido de (recordemos) cuarta categoría inglesa.
Llegó la hora. Entramos al estadio entre esos barrotes que guardan una sensación entremezclada de mal rollo por su estrechez y romanticismo por esa sensación de fútbol añejo que todavía hoy guardan muchos estadios ingleses. Y ahí estaba. El verde, el coqueto recinto de St. James’ Park. Olía a hierva, los dos equipos ya calentaban, la megafonía iba a todo trapo. Pero la mirada ya fue directa a una grada que fue uno de los grandes centros de atención. El fondo. Ese fondo. Miles de personas cantando, con dos o tres banderas en movimiento, aplaudiendo, generando un ambiente que ni siquiera había visto en estadios de Primera División en España.
Giramos a la izquierda, rozando la banda, muy cerca del campo. Subimos a nuestro asiento. No estaban mal las vistas. Pero las miradas seguían yendo a ese fondo.
El partido, insisto, no tuvo demasiada historia. Esperábamos victoria local del Exeter, pero todo acabó en un 2-2 con empate sobre la bocina. Pero la experiencia fue inolvidable. Buen clima, ambientazo, y con ese horario tan mágico de haber acabado a las 17:00 hora local. Recuerdo aquel paseo posterior de vuelta a la casa con toda la tarde por delante disponible.
No fue en Londres. Fue en Exeter. Aquella tarde quedó grabada en mi memoria y creó un nuevo escenario surrealista por el cual cada fin de semana tenía una pestaña abierta en mi livescore de cabecera con el partido del Exeter City. Pero la cosa fue a “peor”, cuando además de los partidos de los Grecians, empecé a seguir los resultados de sus rivales por el ascenso.
Una bonita excusa para acordarme cada fin de semana de aquel lugar. Un lugar que me enamoró por mil motivos, donde viví mi primer partido de fútbol inglés en directo, y donde tengo claro que algún día acabaré viviendo. Ahora con el tema del Brexit es otro escenario y quizás habrá que pensarse más las cosas, pero si el corazón aprieta acabará ocurriendo más tarde o más temprano.
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