Soy una persona de valores concretos, encontrados y reales. Confieso que me encontré tarde, o más tarde de lo habitual. Pero también admito que mi personalidad es sólida. Parece una tontería, pero sé lo que quiero, cómo lo quiero, dónde lo quiero y cuándo lo quiero. Tristemente, es algo que no todo el mundo puede asegurarlo, y es algo que me parece bastante decepcionante. Eso, creo, es una de las bases sólidas de las redes sociales. Ahí la gente encuentra lo que no tiene en su día a día.
Insisto. Tengo una personalidad bastante clara. A raíz de una serie de situaciones personales acabé forjando mi persona y desde entonces he sabido que el camino iniciado era el correcto porque me hacía sentir bien, feliz, satisfecho. Una sensación innata, natural, impagable, real, satisfactoria, que me genera mucha satisfacción. Me ocurre dejándome caer por lugares especiales, me ocurre escribiendo estas líneas, viajando, o simplemente escuchando la radio con la luz del atardecer entrando por la ventana.
Pero esto de tener las cosas claras (a veces demasiado) tiene cosas malas también, porque a veces siento contradicciones o situaciones que me generan explosiones de emociones. Digamos que a veces me veo obligado a realizar cosas que no quiero, que no debo personalmente hablando, o debo enfrentarme a situaciones que están lejos de mis valores. Es una sensación extraña, que me molesta mucho. No se trata de decir «esto es así porque lo digo yo». Ni mucho menos. Pero sí es cierto que muchas veces me pregunto por qué estoy haciendo según qué cosas, por qué me veo en mitad de contextos profesionales lamentables. La respuesta, evidentemente, es la presión social o la forma que nos han impuesto de vivir. Es tan sencillo como eso.
Me gusta tomar mis propias decisiones de verdad, consciente de las consecuencias siempre. Cuando pienso X es porque realmente sé qué es X y por qué ocurre. Pienso demasiado. Creo que es una virtud más que un problema, porque eso también se ve reflejado en mis pausas, en mi forma de ser, en mi forma de ver la vida. Pero hay veces en las que me cuestiono a mí mismo. Digamos que hay ocasiones en las que no acabo de entender si, teniendo tan claro como tengo mi forma de ver todo, debo seguir adelante con cosas que me afectan más que aportan. No impongo mis valores ni mis opiniones, pero siempre que tengo en mi mano decidir, lo hago. No me tiembla el pulso. Evidentemente, como digo a veces hay que tomar decisiones para que esos valores tengan sentido, pero no lo hago. Y me fastidia. Me jode. Me hace cuestionarme durante días si estoy haciendo lo correcto porque no va acorde a mis valores.
Es mi continua batalla de valores. Por suerte, no es rutina. Por suerte, ocurre sólo a veces.
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