Hace unos días, el Manchester City salió victorioso en cierta medida de las múltiples acusaciones de infracción del fair play financiero en el fútbol inglés. Un escenario, iniciado hace años, que ha generado una enorme cantidad de informaciones, debates públicos, fervientes declaraciones oficiales en rueda de prensa y que, ahora, tras la resolución, presenta un nuevo contexto.
"¿Y ahora qué?", se preguntarán en el Etihad Stadium. Tras un periodo de varios años recibiendo acusaciones, con movimientos institucionales de fichas para intentar batirles en los despachos, con discursos públicos que presentaban una batalla legal de "Todos contra el City", resulta que el conjunto mancuniano ha salido victorioso. Ese el resultado principal. Ahora, sin embargo, el fútbol inglés vive una nueva etapa en la que, más allá de la ya habitual pelea deportiva en la que los cityzens son los máximos rivales a batir, realmente ha quedado demostrado que el resto de clubes no les quieren.
Ahora sí. Ahora sí parece ser oficial que son el rival a batir en las islas británicas. Los discursos públicos, y ciertamente irónicos, de Pep Guardiola adquieren un nuevo clima en el que se sabe que molestan al resto. El técnico catalán dejaba entrever en cierta medida que el resto de clubes querían (y trabajaban legalmente) que la sanción fuera real, que perdieran en los despachos el enorme potencial adquirido en la última década. Algo así como "No puede con nosotros sobre el césped y quieren hacerlo fuera". Tal cual. Pero, claro, tras la resolución de la pasada semana, cada partido del Manchester City servirá para avivar una llama instituciona en la que se enfrentarán a rivales que les deseaban todos los males del mundo.
Es oficial. El Manchester City es el gran rival a batir de Inglaterra, a nivel deportivo por motivos obvios (seis ligas en siete años) y, tras lo ocurrido legalmente, por motivos extradeportivos. Guardiola, una vez más, tenía razón.
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