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Foto del escritorEsteban Gómez

El metro es un lugar tóxico

Si me leéis normalmente sabréis que alguna vez ya he hablado sobre lo que pienso en vivir en Madrid. No es mi ciudad favorita, en resumen. Y dentro de mi rutina diaria entra un lugar que detesto. Un lugar que me genera decenas de sensaciones a diario. Sí, y sin salir de Madrid, sin necesidad de ir a Port Aventura.

Hablemos del metro, en concreto del de Madrid. Hablemos del metro de Madrid porque es el que uso, donde vivo a diario, donde todos los días veo y vivo situaciones de todo tipo. No todas agradables, cómodas o bonitas. Pero es parte de la rutina al tener mi puesto de trabajo alejado del centro.

Gente, mucha gente. Demasiada gente. En prensa suelo leer que existen advertencias por la masificación del metro de Madrid. En horas punta, es una locura. Y dentro de esas acumulaciones masivas de gente en la que no puedes ni leer el periódico, individualidades, micromundos, decenas de personas con las miradas bajadas hacia su teléfono móvil. De verdad. Hay planos (muchas veces veo planos y no escenas) que son dantescos. La serie ‘Black Mirror’ es una realidad, y da miedo. Gente que va a la suya, seguramente sin hacer nada de interés, mirando sus teléfonos, sus tablets, sus ebooks. Cada uno a lo suyo. Y bien, aquí incluso me incluyo. Personalmente no me gusta ir mirando el móvil porque veo la escena desde fuera y me crea cierto respeto, incluso preocupación. Pero yo voy escuchando música o podcasts. Con el móvil en el bolsillo, pero también ‘desconectado’ del entorno, intentando no ser consciente de que voy embotellado en un habitáculo que (muchas veces) se queda pequeño. Insisto. Me incluyo. Pero dentro de esa inclusión, intento no dar esa imagen visiblemente.

Hablemos ahora de los vagones de metro a las 7:00 de la mañana. Gente amargada, que se dirige a puestos de empleo que no les motivan, que no les genera mayor interés más allá del sueldo a final de mes. Tristeza, amargura, incluso depresión. Esas caras. A diario. Es un problema gravísimo que se ve todos los días. Está ahí, al alcance. Ahí fuera. Gente amargada dirigiéndose a lugares que no quieren. En serio, ¿cómo podemos acabar así? Yo, sinceramente, al fin y al cabo, me gusta mi trabajo, pero ir en esos vagones, a veces (todos tenemos días buenos y malos) acaba afectando. Acabas amargándote más, acaba infectándote, intoxicándote.

Carreras por perder el tren. Vengo de una ciudad donde los metros pasan cada 15 minutos como norma, como algo habitual. ¿Sabéis que en Madrid hay gente que corre para no perder un metro cuando el siguiente pasa en 3-4 minutos? Muchas veces digo «Tranquilo, pasa pronto otro…», pero acabo atrapado. Ves a una persona corriendo y acabas corriendo, con prisa. Cuando leo, escucho, que Madrid es una ciudad vertiginosa, de ritmos de vida enormes, me lo creo. Y me lo creo por cosas así. No quieres. Quieres controlarte, quieres aislarte, pero es jodidamente difícil. Esto que cuento del metro, un ejemplo.

Y luego, el egoísmo. Gente empujándose, corriendo para entrar antes que nadie, compitiendo como hienas por un asiento vacío. He visto señoras que celebran visiblemente de forma orgullosa haber ganado esa pequeña batalla territorial. Egoísmo. Un egoísmo, individualidad, que saca a relucir la realidad de la sociedad en la que vivimos. El individuo por delante del colectivo. Es una preocupante realidad en la que vivimos instalados.

Llevaba tiempo queriendo hablar sobre esto. El metro (en este caso el de Madrid) es un lugar muy tóxico. Rápido, accesible, opcional. Sin duda, pero infinitamente mejorable.

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