Un día de lluvia lo cambia todo. Da igual que vayas igualmente a estudiar, a trabajar, a dar un paseo. Lo cambia todo. Otorga al ambiente otra atmósfera, desprende un olor diferente. Incluso te puede llegar a obligar a ponerte alguna capa más de ropa.
Pero un día de lluvia también instala detalles absurdos, situaciones que dejan muy claro cómo funciona una sociedad.
En un día de lluvia, las terrazas se vacían y los interiores se llenan.
En un día de lluvia, la gente con paraguas sigue caminando por donde no llueve.
En un día de lluvia, la gente no sabe andar.
En un día de lluvia, la gente en coche se olvida de los posibles charcos.
En un día de lluvia, las calles disminuyen enormemente su movimiento.
En un día de lluvia, deberíamos mojarnos mucho más.
En un día de lluvia, el sonido ambiente es mucho más especial.
En un día de lluvia, la gente se agobia mucho más.
En un día de lluvia todo cambia. Nos guste o no, todo cambia. Mucha gente lo odia. Mucha gente lo adora. El contexto, como siempre. El contexto personal, por un lado. El contexto geográfico, por otro. ¿Reacciona igual a un día lluvioso una persona de España que de Escocia? Me temo que no, pese a que es el mismo fenómeno metereológico.
Fue un día de lluvia, de tormenta, de un diluvio que me empapó de arriba a abajo. Sin complejos, sintiendo libertad, en un espacio urbano casi a placer, sin cruzarme con gente prácticamente, con un horizonte difuminado por la lluvia, con un cielo diferente, con una textura diferente.
Hablando de días de lluvia, una mención a Día de lluvia en Nueva York, de Woody Allen. Debo volver a verla pronto.
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