En los últimos años he pensado. He pensado mucho, sobre muchos temas, con muchos enfoques diferentes. Mi salud mental lo ha notado, pero he sacado algunas conclusiones.
¿A qué me quiero dedicar realmente? ¿Cuál es mi profesión vocacional?
Cuando era pequeño, lo tenía muy claro. Quería ser periodista deportivo. Era algo innato, algo que nacía solo de dentro. Recuerdo con apenas 8-9 años haciendo periódicos en casa de mi abuela. ¿Quién me enseñó eso? Supongo que el instinto. Muchos recreos del colegio los dedicaba a leer el periódico. Un profesor se lo dijo a mi madre.
Fui haciéndome mayor y el contacto con los medios de comunicación fue activando sus primeros pasos y, en consecuencia, el gusanillo por la profesión empezó a latir. Empezó a latir muy fuerte, porque sentía que estaba dedicando mi vida a algo que me hacía sentir especial, útil y válido. Recuerdo madrugadas, metiéndome en la cama, agotado, pero feliz. Feliz porque había hecho radio, había trabajado en producción de televisión y había cubierto en directo, en Mestalla, una noche de Champions League. Era imposible estar triste.
El paso de los años me hizo ganar experiencia, me hizo ganar presencia en redes sociales y me hizo conocer a gente. Gente que no siempre era positiva, ni válida, que ensuciaba más que aportaba, que ponía ante mí las cloacas de una profesión que no atraviesa su mejor momento de forma. Sin embargo, me seguía gustando, me seguía ilusionando. Eso estaba por encima de todo.
Sin embargo, también he tenido etapas profesionales como Community manager y como Social Media Manager, y ahí también me siento cómodo, muy cómodo de hecho. Evidentemente, es una profesión relativamente nueva. Cuando era pequeño, ni siquiera tenía Internet en casa, no existían las redes sociales. Mucho menos un trabajo al que ya llevo dedicados muchísimos años.
Recuerdo en 2015, durante una tarde en la redacción de Eurosport España, cuando un compañero me dijo que debía dedicarme más concretamente a las redes sociales. No me lo dijo a malas, ni lo recuerdo como algo negativo. Todo lo contrario, fue un punto de inflexión en mi vida. Seguía queriendo dedicarme al periodismo deportivo, pero se había abierto una puerta profesional a la que ya me dedicaba con mi marca personal y en aquella empresa citada, aunque no de forma prioritaria ni principal.
Y a todo esto, mis estudios. Estudié Producción de Audiovisuales, Radio y Espectáculos. Seré sincero. Lo estudié, porque no pude estudiar Periodismo. Lo estudié, porque la asignatura de Producción de Radio me atraía mucho. Y lo estudié, totalmente, sin saber realmente a qué me iba a dedicar. Luego resultó ser una experiencia magnífica, súper especial, muy gratificante, y que creó en mí el gusanillo del audiovisual. Gracias a aquellos estudios, hoy veo y disfruto mucho mejor del cine, las series y los documentales. Mentiría si dijera lo contrario.
¿Qué ocurre? Que últimamente he pensado en mi verdadera vocación.
Sé que soy válido para diferentes profesiones y todas ellas me apasionan, pero no podría quedarme con una solamente. Me apasiona comunicar en todos sus formatos, me encanta seguir adquiriendo conocimientos y sé que los medios de comunicación (pese a que no atraviesan un buen momento ético, económico y moral) siguen siendo la razón para sentirme válido.
¿Debo quedarme con una? Necesariamente, no. Todo esto es fruto de mi curiosidad, aunque no es realmente necesario para seguir llevando a cabo proyectos, colaboraciones y un trabajo que está viviendo en mi actual etapa una zona muy interesante para recuperar el tiempo perdido.
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